José Rafael Sosa
Oportuna, justa y tardía es la decisión del artista Carlos Veitia, en sus funciones de director del Teatro Nacional, de cambiar las normas del código de vestimenta para entrar al espacio escénico más alto y noble de República Dominicana.
Carlos Veitia no debe hacer eco de las posturas que han salido a presionarlo y criticarlo por cambiar unas reglas que, en la práctica, ya no se estaban cumpliendo en relación con la ropa llamada casual (pese a que la definición es absurda: toda ropa es casual, porque se pone con motivo de una causa o motivo).
Por muchos años se han mantenido unos códigos de vestimenta caracterizados por su sentido elitista y aporofóbica.
La dignidad de un espectáculo artístico la define la calidad escénica del mismo, no las prendas de vestir con que acudan los espectadores.
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Los códigos de vestimenta, desde la perspectiva de la lógica personal, para cada quien no pueden ser fijos e inamovible: no es lo mismo ir a un concierto de Juan Luis Guerra en el TN que presenciar una gala de la Sinfónica con el Coro Nacional. Existe un sentido común que debería tener lugar.
Los conflictos y enfrentamiento graves acontecidos en las puertas del Teatro Nacional cuando el código de vestimenta impedía la entrada a artistas como Xiomara Fortuna (quien se presentó descalza, porque era la onda de su creación del momento) o el cantautor José Antonio Rodríguez (que luego llegaría a ser un exitoso Ministro de Cultura), quien llegó con tenis a presenciar un concierto en la Sala Carlos Piantini, por no recordar los ridículos que se producían en ocasión de conciertos o presentaciones escénicas populares en las Ferias del Libro, cuando los porteros dejaban fuera a niñas escolares rurales porque no “tenían zapatos cerrados”.
En lo adelante, solo estarán vetados para ingreso al Teatro Nacional quienes se presenten con ropa jeans rota o rasgada, T-shirts ó camisetas sin mangas, pantalones cortos y bermudas, cachuchas, ropa interior a la vista y chancletas.
