Decía el humanista Pedro Henríquez Ureña que un hombre, cuya vida esté manchada por sangre, no debe ascender a la cúspide presidencial aún goce de liderazgo y ascendencia en las masas. Se registran muchos casos en América Latina de opresores de su pueblo que luego han asumido las riendas del poder a través de elecciones.
En nuestro país, el caso más reciente es del doctor Joaquín Balaguer, quien después de una complicidad execrable y abominable con la cruel dictadura de Leónidas Trujillo Molina, subió la escalinata principal del Palacio Nacional en el 1966, ayudado por las botas extranjeras que mancillaron la soberanía nacional con la intervención yanki .
La semana pasada, la cúpula del Partido Reformista celebró el 105 aniversario del natalicio del otrora líder de esa entidad, olvidando que el terror, la muerte y la desolación signaron los gobiernos de Balaguer, quien sembró de cementerios los límites geográficos del país.
Debemos anotar que quien escribe, apenas 2 meses de haber alcanzado la mayoría de edad, fuimos víctimas de una terrible tortura por miembros del Servicio Secreto de la Policía Nacional. En un pequeño cuartucho del Palacio de ese cuerpo represivo, una docena de hombres nos golpearon salvajemente en los lados de los pulmones y los riñones.
El jefe del grupo nos pegó con ambas manos en los oídos, ocasionando un ruido que provocó mareos. Luego de caer al piso, casi inconsciente, otro verdugo dijo en forma sarcástica – Los comunistas cuando vienen aquí fingen perder el conocimiento. Ustedes verán ahora cómo él reacciona-
Acto seguido, uno de los torturadores procedió a bajarnos los pantalones y los pantaloncillos y utilizando un alicate enrollaba grupos de pelos de los órganos genitales arrancándolos de raíz, acción que originaba un dolor insoportable. Posteriormente, tres de los azotadores colocaron nuestro cuerpo hincado en el borde de la parte trasera de una silla de metal, obligándonos a mantener los brazos en forma de una cruz.
Después de dos horas de continuas torturas, nuestro organismo no tenía fuerzas ni siquiera para caminar. Nos llevaron cargados a un pequeño hospital ubicado en el patio del Palacio de la Policía y allí nos dieron una aspirina. ¿Cuál fue nuestro delito? Éramos secretario general de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER) del Liceo Juan Pablo Duarte y militante del 1J4.