Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Cómo dejé de beber
Desde mis primeros años de vida vi a mi padre llegar borracho, o semiprendido, esto último denominado a veces como cachuco, o sugustón. Quizás por esa razón en las fiestas de cumpleaños a las que asistía en la adolescencia, me largaba algunos tragos de ron diluidos en vasos con refrescos de cola, sin llegar nunca a la embriaguez.

Mi primer jumo me lo di cuando iniciaba la etapa de la juventud, y al día siguiente, la resaca fue de tal magnitud, que juré que jamás volvería a ingerir bebidas alcohólicas.
Pero es harto sabido que el hombre dominicano se ve tentado a libar el ron o la cerveza, hasta para aumentar la capacidad del verbo con el que corteja a una mujer.

Y debe demostrar, en las parrandas con amigos, que posee un hígado capaz de resistir los tragos hasta en cantidades industriales.
Por eso es víctima de burlas cuando bebe de forma lenta en esas ocasiones, y se obliga a dispararse la llamada pólvora líquida con emborrachante rapidez.

Mi madre y mis hermanos sufrimos carencias económicas por causa de la afición de papá a la cerveza, que lo conducía a gastar en ese producto gran parte de sus raquíticos, anémicos ingresos, de cobrador de empresa privada.
Afortunadamente se convirtió en pequeño comerciante mediante parte de un premio mayor de la Lotería Nacional, y su situación económica cambió de precaria a estable.

Entonces, como disponía de mayor tintineo aurífero, como diría el fraterno colega Ubi Rivas, unió a la cerveza el whiskie escocés.
Y como los hijos varones asumimos los hábitos de nuestros padres, desde que empecé a producir dinero como locutor y periodista, aumentó el deslizamiento del alcohol por el túnel del tragapán.

Como fui soltero hasta los treinta y cinco años, se infiere de ello que mis parrandas fueron numerosas.
Pero al casarme, no quise que en mi hogar hubiera déficit monetario por razones etílicas, lo que conllevaría disminuir o abandonar las borracheras.

Conocedor de que de cada tres jumos, uno era inducido por mis tercios, decidí beber solamente cuando lo deseara.
También consideré que no debería obedecer los regaños de mis compañeros cuando ingiriera los tragos borrachógenos lentamente.

Fue por eso que cuando ingresé a Alcohólicos Anónimos el día 5 de junio de 1971, tres meses antes del nacimiento de mi hijo, no tuve accesos de nerviosismo, y me he mantenido sobrio hasta hoy.

A pesar de que, como repito con frecuencia, me gustaba tanto el ron, que llegaba al extremo de masticarlo.

El Nacional

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