La desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y la caída del Muro de Berlín, a finales de la década de 1980, rompió con la bipolaridad en el mundo, y dejó solo a Estados Unidos de Norteamérica en la condición de primera potencia económica y militar del universo.
Aunque sobreviven algunas muestras de naciones que dicen ser comunistas, lo cierto es que el comunismo ortodoxo es una pieza de museo y, si bien no se puede decir que expiró, será muy difícil que pueda recuperar la vigencia y el esplendor de otrora.
Pero lo que no ha desaparecido ni va a desaparecer es el derecho de lo más pobres a luchar sin desmayo por una vida mejor.
El surgimiento en América del Sur de los gobiernos de Venezuela, Chile, Argentina, Ecuador, Bolivia y Uruguay, es el mejor ejemplo de que los pueblos no se rinden.
A ello se debe la compactación de alianzas políticas y electorales, por medio de las cuales, a través de las urnas se alcanza el poder.
Con sus excepciones, la mayoría de estos gobiernos han satisfecho las necesidades de sus respectivos pueblos.
Y lo confirma la ratificación de sus autoridades en cada una de las consultas electorales posteriores.
El vuelco de los pueblos sudamericanos, de cambiar los modelos conservadores por gobiernos progresistas, ha sido el hastío generado por las Administraciones tradicionales, que lo único que cambian es el rostro de los que se alternan en el ejercicio del poder.
Nuestros grandes partidos, el de la Liberación Dominicana y el Revolucionario Dominicano, tienen que mirarse en el espejo de las naciones del Cono Sur, en las cuales los viejos partidos han sido sepultados y sustituidos por nuevas corrientes.
Los dominicanos hemos sido demasiado pacientes con nuestro sistema de partidos. A pesar de la creciente inconformidad, la gente concurre a votar, y se puede decir que el pueblo todavía sigue atado a las grandes y pequeñas agrupaciones partidarias.
Me niego a creer que el pueblo dominicano, que tantas demostraciones de heroísmo ha dado, se haya vuelto un pueblo de conformistas y esté decidido a permanecer rezagado en relación con nuestros vecinos en América Latina.
Tampoco el liderazgo político dominicano es tan conservador, que no se da cuenta de que estamos a punto de llegar tarde a la cita con la historia. Un buen líder y un dirigente político inteligente, es aquél que es capaz de adelantarse a los acontecimientos. Es mucho peor esperar que los pueblos les pasen por encima a sus líderes.
Un gobierno progresista se diferencia de uno conservador en que el primero gobierna pensando en los pobres y el segundo se conforma con proteger a los más ricos, que son la minoría.
Ojalá nuestros líderes y partidos se animen y no esperen a ser desplazados.