Opinión

Contexto triste

Contexto triste

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Con frecuencia se incurre en el error de tener una visión reduccionista de la problemática nacional, que se refleja en la atribución coyuntural de la responsabilidad de nuestros males a los gobiernos de turno. Claro que resulta imposible excluir a los conductores del Estado de su protagonismo en tales problemas, pero el tema debe ser abordado desde perspectivas mucho más amplias, que sean capaces de ver el asunto de forma integral para colocar las cosas en su lugar preciso y que cada quien asuma su cuota de participación.

No considero que resulte fácil desmentir el carácter generalizado de complicidad que se ha ido configurando en la sociedad dominicana, en la cual, ningún sector podría, con razón, eludir su contribución en las pésimas puntuaciones que alcanzamos en todos los parámetros que determinan el desarrollo. Aquello de que nuestro crecimiento económico es espectacular no pasa de ser la prueba de que no tenemos excusas por estar como estamos, ya que hemos dispuesto de recursos suficientes para que las cosas fuesen diferentes. Eso traduce el horrible uso que hemos hecho de nuestro abundante patrimonio, el que ha servido para amasar fortunas al tiempo de empobrecer al pueblo.

Un proyecto de nación, en el amplio sentido del concepto, no tenemos. La población se nuclea en torno a acontecimientos episódicos, transcurridos los cuales, cada quien retoma sus luchas frenéticas por encontrar solución individual de necesidades al precio más barato y a la mayor rentabilidad, con la agravante de que se estigmatizan como fracasados quienes no pueden exhibir los modelos de éxito impuestos, consustanciales al dinero y al poder.

Mientras esos sean los niveles de presión social que reciben los habitantes de un país, nadie espere que disminuyan los índices de violencia, inseguridad, exclusión, feminicidios, suicidios y, como consecuencia, la profunda infelicidad de la gente. Este es un espacio de escasas posibilidades de lograr grandes cosas materiales contando con el trabajo honrado y digno. ¿Cómo responder entonces a tantos requerimientos que nos empujan a tener, o ser irrelevantes? Ante esa imposibilidad, deviene la frustración y, con ella, el riesgo de hacer lo que sea para trascender dentro de parámetros socialmente reconocidos.

No muchos pueden escapar de esa trampa y, atrapados de esa forma, se insertan en las legiones de víctimas de embaucadores que prometen un paraíso solo abierto para ellos, e instalados en poltronas de ensueños, apenas recurren a los tontos útiles para reciclar su permanencia.

El Nacional

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