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Contracorrientes de la cultura dominicana

Contracorrientes de la  cultura dominicana

Debo a Marcio Veloz Maggiolo y Carlos Andújar Persinal mi ampliación sobre el concepto cultura dominicana, que engloba todo el saber del hombre desde los valores espirituales, las costumbres, la oralidad, el patrimonio cultural, la forma de vida, el quehacer científico, la educación, así sea, la vida política, los hechos históricos y las bellas artes. Por eso veo pertinente que revisemos un poco cuales han sido los paradigmas de la cultura dominicana, desde sus orígenes, sus representaciones más diversas y simbólicas.

Después del avance de las telecomunicaciones, la internet y las redes sociales, se hace necesario tener que repensar este concepto, en virtud de que se ha ido cambiando la visión de lo que tiene valor en el sentido simbólico del término, por aquello que es banal y trivial, en definitiva estamos montados en el lomo de una contracorriente cultual. ¿Qué está sucediendo en el pensamiento de la gente para que el disparate sea hoy en día lo que gane terreno? En La Civilización del espectáculo (2012) Vargas Llosa se queja de que asistimos a un momento de vulgarización del hecho cultural.

“Todo se vuelve espectacularidad”, dice el autor. Todo se ha volcado hacia el consumo de la vida rosa, de lo meramente superficial y liviano. Vivimos la civilización de lo ligero, apunta Lipovetski. Pero no es un secreto para nadie que el individuo está viviendo la época del tiempo fragmentado.

Debe ponerle atención a muchas cosas que no tienen que ver con su desarrollo espiritual, sino con el establishment de una sociedad consumista que lo engaña y lo traiciona, porque le exige apariencia material. Como bien lo apunta Enrique Rojas, estamos en la era del hombre light. Se prioriza el culto a la figura, a la imagen, en detrimento del pensamiento.

Esa individualización y ese narcisismo es muy posible que estén apuntalando la crisis de la cultura moderna y de paso la crisis de la cultura dominicana. Estamos demasiados inmersos y pendientes en andar bonitos, estamos demasiados pendientes de las inmediateces, de los espectáculos, de los deportes, de las miserias ajenas, de alimentar el morbo y nos olvidamos de lo perdurable y trascendente.

Encima de eso somos presa de un sistema educativo que no forma, sino que informa, porque los estudiantes aprenden cada vez menos. La prueba de ello la encontramos en los últimos informes Regionales de Educación que dan cuenta de que ocupamos los últimos lugares en cuanto al conocimiento de las Matemáticas y de la Lengua Española.
Parece algo paradógico, que supuestamente somos el país mejor comunicado en términos de tecnología, pero el menos comunicado en cuanto a entender nuestros propios códigos idiomáticos, primero porque el dominicano ha perdido su capacidad de comunicación en términos humanos, esto lo justifica la tanta violencia física y verbal a la que vivimos sometidos a diario en las calles, en los hogares, en los medios de comunicación, en los puestos de trabajo, en las redes sociales y más aún, después de la proliferación del chat en celulares y computadoras, el español dominicano ha ido en franca decadencia porque estos medios lo han estropeado de inmisericordemente.
El sustrato donde se cimenta la Cultura Dominicana, no estuvo nunca en crisis en el momento de su gestación, cuando éramos más pobres, de manera que no podemos enarbolar la crisis para justificarnos, lo que tenemos que hacer es enarbolar la bandera fundacional de nuestra cultura para contrarrestar los males que nos acechan. Cuando a los estudiantes dominicanos les preguntan qué se celebra el 27 de febrero, responden sin aspavientos que es día del carnaval, ignorando que ese día nació la República Dominicana.

Sobre todo porque este es un país en el que cada vez se investiga y se lee menos. Los profesores de lengua española de nuestras escuelas ignoran la historia dominicana y la culpa quizás no sea de ellos, sino de un modelo educativo agotado capaz de mostrar sus propias deficiencias.

De paso hemos caído en una inopia cultural. La escuela que significó para una generación de escritores un suplemento cultural como Isla Abierta, en la década de los ochenta, hoy no tiene sustituto. Ya en este país no hay espacios para la crítica. No hay lugar donde reseñar los libros que se publican por eso las publicaciones pasan sin pena ni gloria. Para que se hable de un libro o aparecer en una antología x, ya sea de poesía, cuento o de otros géneros hay que pertenecer a un clan.

Desde hace décadas no he vuelto a ver una publicación que se equipare con los Cuadernos Dominicanos de cultura, así sea la Revista Eme-Eme o más recientemente los Cuadernos de poética de Diógenes Céspedes. Y ni decir de las bienales de artes visuales, ya sean estas públicas o privadas, las que cada vez reciben más crítica por la poca acogida de las obras seleccionadas.

La pregunta que yo me hago es: ¿Hacia dónde va la cultura dominicana instalada en corrientes contrarias? ¿Qué tendremos para mostrarle a las futuras generaciones? ¿O aceptaremos la tesis de García Canclini, aquélla de Las Culturas Híbridas cuando la nuestra está debilitada o poco arraigada?

El Nacional

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