La década final (y 2)
Los testigos del recibimiento de Trujillo a su hijo Ramfis —luego de fracasar en sus estudios de liderazgo militar en Kansas [1958]—, narran que esa recepción se convirtió en un amargo y vergonzoso desencuentro.
Explican que el dictador había acudido al puerto de Santo Domingo acompañado de una unidad mixta de soldados y una banda musical militar a recibirlo y que, al subir al yate Angelita y contemplar a su mimado hijo borracho, desaliñado y en compañía de mujeres, descendió furioso del yate y ordenó un “rompan filas” que aún retumba en los recodos históricos del país.
Tras aquella frustrada bienvenida de un amoroso padre a su hijo, Trujillo obligó a Ramfis a someterse en Bélgica a tratamientos psiquiátrico y marcó y estimuló el progreso político de Joaquín Balaguer, quien ascendería desde la vicepresidencia del país a la presidencia, en 1960, cuando la dictadura navegaba hacia su final.
Además, la década del cincuenta —la final de la dictadura— se vio marcada por la Revolución cubana [1959], un estremecimiento continental que motivó a la juventud dominicana y mundial a vislumbrar un camino redentor y fue a partir de aquella revolución que se encadenaron los factores que echaron a Trujillo del poder: a) en junio de ese mismo año llegaron desde Cuba expediciones armadas por Constanza, Maimón y Estero Hondo a combatir la dictadura; y aunque los expedicionarios fueron torturados y asesinados, dejaron en el corazón del pueblo dominicano un espíritu de rebeldía, germinando el Movimiento Revolucionario Catorce de Junio, cuyos miembros, mayoritariamente, representaban una juventud nacida y criada dentro del propio régimen; y b) el atentado a Rómulo Betancourt y el asesinato de las hermanas Mirabal, en 1960, acorralaron a Trujillo, siendo su régimen expulsado de la OEA.
Al sentirse abrumado por esta expulsión, Trujillo trató de acercarse — sin el consentimiento de estos países— a la URSS y a Cuba, los cuales rechazaron sus propósitos.
El atentado a Betancourt y el asesinato de las hermanas Mirabal crearon una visible repulsa a la dictadura, sobre todo en los sectores progresistas de la iglesia católica, y un año después, el 30 de mayo del 1961, Trujillo fue emboscado y muerto mientras viajaba a San Cristóbal para asistir a una cita amorosa.
El decenio de los cincuenta, repleto de descubrimientos científicos y tecnológicos, así como de bruscos cambios en las estructuras sociales, dimensionaron los lenguajes estéticos y posibilitaron al hombre la exploración del cosmos.
Influida por esos cambios, la joven intelectualidad dominicana se alejó vigorosamente del espectro de un trujillato que, a falta de ideólogos como Peña Batlle, instauró en el país una represión más violenta que la ejercida en los años treinta, mordiéndose su propia cola y obviando que en esa asombrosa década —por sobre la fuerza y la arbitrariedad— el ser dominicano ansiaba encontrar a ese sujeto, a ese propio yo perdido en la historia, a ese individuo insular pisoteado por los tratados fronterizos, por un colonialismo abrumador y las crueles dictaduras.
Por: Efraim Castillo
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