Ha sido una estocada mortal lo que le ha asestado el secretario general de la ONU, Antonio Guterres al concepto universalmente aceptado de que el propósito de la diplomacia es, ”…sustituir el uso de la violencia para resolver las controversias de manera pacífica”, luego de que el diplomático reafirmara “la urgente necesidad del despliegue de una fuerza armada internacional especializada en Haití”, todo eso después de la fatídica experiencia de la MINUSTAH.
Con una historia en donde sólo ha acontecido un rosario de tragedias que se asemejan a las Diez Plagas de Egipto, Haití antes que necesitar otra intervención armada que la vuelva a desangrar, lo que requiere es ayuda, inversiones, construcciones, fomento, etc.
A ciencia cierta, no se entiende por qué insistir en este inhumano sonsonete de meter tropas allá, cuando aún no cesan de caer muertas personas (allá y acá) debido a la contaminación del río Artibonito de la enfermedad del Cólera, terrible peste introducida por las tropas de la ONU en esta isla, y que el organismo internacional causante de la desgracia en ambos pueblos no se da por aludido.
Que un jerarca militar abogue por una intervención a un país pasaría desapercibido en el actual contexto, y se entendería; pero que sea el jefe de la diplomacia mundial que insista en soluciones de fuerza, y con los aciagos precedentes de sangre, sudor y lágrimas acaecidos en Haití del año 2004 al 2017, resulta extremadamente preocupante y sugiere una crisis en la cultura de la paz.
De ahí que sorprenda y deje a cualquiera atónito el llamado de Guterres a tocar los tambores de guerra en el vecino país que ya no aguanta más calamidades, y que se merece una diplomacia que construya caminos para la superación de sus ancestrales problemas.