Opinión

Daniel Ortega

Daniel Ortega

Daniel Ortega no es el presidente de Nicaragua. Es un dominicano oriundo de San Francisco de Macorís, que trabajó como periodista en el periódico Ultima Hora, en un tiempo en que no había Seguro Social ni programas de pensión, y que salió del periódico cuando este fue traspasado a otra empresa, perdiendo todos sus años acumulados de trabajo.

Hoy, Daniel Ortega, sobrevive vendiendo cuadros de José Cesteros, el único pintor de la Zona Colonial que se conduele de los indigentes, locos y pobres, adoptándolos y protegiéndolos con lo único que posee: sus pinturas.

Cuando Daniel Ortega, (a quien he prometido tratar de recuperar sus records de trabajo, y llevarlo a San Francisco para que ubique sus papeles vitales y ver si con ellos se le consigue una pensión que le permita comer y tener un lugar donde dormir), no vende los cuadros de Cesteros, trabaja como «parqueador» en la calle Las Damas, lo cual le permite ganarse entre cien y doscientos pesos por noche con los cuales come algo.

Y he ahí el problema. El coronel encargado de la Zona Colonial se llama Rafael Sosa y este entiende que su función es «limpiar» la zona de gente pobre. En ese sentido, se ha convertido en azote de niños limpiabotas, vendedores ambulantes, mendigos y parqueadores que no estén «propiamente vestidos».

Este coronel no entiende que la Zona Colonial no es un pequeño Vaticano y que en todas las zonas coloniales del mundo hay gente pobre, gitanos en España, albaneses en Italia, gente de Europa Oriental por todos lados, mujeres pidiendo con sus niños, y que la policía no los persigue ni los acosa, por el simple «crimen» de ser pobres.

Creo de hecho que la Fortaleza Ozama, que es tan grande, debería convertirse en un hogar de paso, donde los más pobres de la zona puedan tener acceso a una cama, una ducha y una comida caliente. Y ojalá que los Vicini, tan empeñados en promover la zona colonial como atractivo turístico, covenzan al presidente Medina de la bondad de esta idea, la cual tendría como punto de partida el mandato divino de amar al prójimo como a uno mismo.

Con respecto a la Policía, en sus programas de formación se debería incluir una reflexión sobre la virtud de la humanidad, la cual nos ennoblece y nos llena de abundancia y alegría por aquello de la ley espiritual del retorno y que se traduce en todo lo que das regresa a ti multiplicado.

Es curioso que particularmente los policías, generalmente de origen muy humilde, sean quienes repriman con mayor virulencia a los infelices. Tal parece que con ello combaten las precariedades de su infancia, cuando debería ser todo lo contrario. Precisamente por haber experientado la pobreza, la carencia,y la lucha por la vida, deberian entender con ternura las precariedades de los demas.

El Nacional

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