La Sexta Cumbre de las Américas concluyó ayer en Cartagena, Colombia, sin que los presidentes firmaran una declaración conjunta porque América Latina abdicó a su ancestral papel de sello gomígrafo y esta vez confrontó a Estados Unidos y Canadá sobre reincorporar Cuba al concierto interamericano y promover un dialogo efectivo con el Reino Unido en torno al reclamo de Argentina sobre la soberanía de las Malvinas.
No se conoce precedente de que Cumbres presidenciales finalicen sin la emisión de un documento de acuerdo o compromiso entre mandatarios sobre la aplicación de políticas globales relacionadas con los temas abordados por los mandatarios, como ha sido el singular caso de la reunión de Colombia que terminó sin la firma de ningún documento conjunto ni aun con retórica diplomática.
La piedra de discordia la constituyó la resuelta oposición de Estados Unidos y Canadá a que La Habana sea invitada a participar en estas cumbres que auspicia Washington desde 1994, lo que no fue aceptado por los presidentes latinoamericanos que proclamaron que esa sería la última reunión sin la presencia de Cuba.
Otra expresión de unidad de América Latina se reflejó en el pedido, también rechazado por Washington y Ontario, de que se incluyera en la agenda de la Cumbre el reclamo de Argentina sobre la soberanía de lLas Malvinas, lo que resultó junto al tema de Cuba, causales determinantes para que la reunión concluyera sin declaración conjunta.
El presidente Barack Obama no exhibió en Cartagena de Indias un deseado comportamiento liberal. Por el contrario, intento repetir la receta de intolerancia que hereda de anteriores administraciones de la Casa Blanca, solo que esta vez, América Latina resolvió no lacerar sus rodillas en ignominia de genuflexión política ante mandatos imperiales.
Presidentes conservadores y liberales del continente ofrecieron en esa cumbre una contundente demostración de unidad frente a la inflexibilidad exhibida por Estados Unidos y Canadá ante los temas de Cuba y las Malvinas, lo que también refleja que la región ha resuelto halar la cuerda en la misma dirección cuando se trata de defender sus intereses geopolíticos y económicos.
Se resalta el respaldo en la Cumbre a la Conferencia Rio+ 20, que impulsan Brasil y Argentina, al documento sobre delincuencia organizada transnacional, propuesto por México, y a la resolución sobre replanteamiento de la lucha contra el narcotráfico, impulsada por Colombia. Más que un fracaso, la imposibilidad de firmar una declaración conjunta al término de la Sexta Cumbre de Las Américas, debería interpretarse como manifestación de un nuevo despertar de Latinoamérica que unida de cuerpo y alma tuvo fuerza moral para rechazar imposiciones imperiales.

