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De una cita a ciegas y dos pánicos

De una cita a ciegas y dos pánicos

Chiqui Vicioso

Es diciembre se supone que entramos en un periodo de relajación, fiestas, un tiempo en que  nos aprestamos a reciclar el alma con la belleza, las ideas, el arte.

Y nada mejor que el teatro, y el encuentro con otro espacio de tiempo, que comienza cuando entramos a una sala.  Generalmente un espacio pequeñito, que en Las Máscaras la magia de Fidel López transforma en un parque, con fuentes y bosque y un banco.

En ese banco hay un hombre ciego, que por la maestría de Jorge Santiago, en la mejor actuación de su ya dilatada carrera, transforma en el escritor argentino Jorge Luis Borges.  Es una actuación que deslumbra porque ese ciego habla no solamente con parlamentos impecablemente memorizados, sino con toda su gestualidad.

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Por el rostro de Jorge Santiago, o de Borges, desfila la curiosidad, el asombro, la incredulidad, la compasión, la nostalgia de amores juveniles, en un caleidoscopio de emociones que nos deja sin aliento.

Lidia Ariza, junto a todo el elenco de la obra:  un banquero en crisis, una joven artista, una psicóloga, todos entrelazados en un entramado que conocemos a través de las conversaciones con el escritor ciego, es también magistral, en este papel que ya le ganó a ella, al elenco y a la directora Germana Quintana, El Soberano.

Tres días después fuimos a la Sala Ravelo a ver una obra del mayor dramaturgo de Cuba: Virgilio Piñera, dirigida por quien se considera como el mejor dramaturgo joven de La Habana:  Raúl Martín.

Cuentan que Virgilio Piñera sufría de miedo.  Miedo a que lo que acontecía en su país pudiera amenazar el pequeño mundo donde se había apertrechadoEn su obra Dos Pánicos, dos ancianos juegan a morirse para con el juego combatir su miedo a la muerte, su pánico ante la mortalidad.

Raúl seleccionó para esta obra a dos veteranísimos intérpretes:  Orestes Amador y Elvira Taveras, quienes lograron convertir una obra muy difícil, en una obra que nos mantuvo al borde de la silla.

Orestes demostró el dominio de su oficio, todas las técnicas de un actor y lo mismo hizo Elvira, ambos impecables en la representación de sus roles.  Si alguien alguna vez ignoró la disciplina, dominio corporal, memoria, y gestualdidad que demanda una obra de teatro, esta puesta en escena lo evidencia de manera magistral.  La escenografía es otro acierto, moderna, práctica, multiusos.  Al igual que la  música.

Dos obras donde nos dimos cita con la sabiduría de Jorge Luis Borges y donde aprendimos que solo con el juego y el humor podemos enfrentarnos al pánico frente a la  inevitable realidad de la muerte.

¡Gracias por este bálsamo para el alma!