En la obra Fausto de Johann Wolfgang von Goethe, dice el diablo a Dios, refiriéndose a los seres humanos: «Nada sé sobre el sol y los planetas, solo veo cómo sufren los hombres.
El pequeño dios del mundo sigue como siempre, tan extravagante como el día primero. Viviría un poco mejor si no le hubiese otorgado el reflejo de la luz celestial, a la que denomina él razón y solo emplea para ser más brutal que cualquier animal».
En nuestro país la mayoría de los lugares se han convertido en un pandemonio en donde la vida no tiene valor. Solo los funcionarios se movilizan sanos y salvos sin que les afecte la ola de delincuencia que abate la nación.
Penosamente la población encomienda su existencia al Todopoderoso, pues si fuera por el cuidado que debe garantizar el gobierno, se moriría en la víspera.
El ministro de Interior Jesús Vásquez, más ineficiente no puede ser. Este señor avisa más que una «guagüita anunciadora», y aun así, los crímenes siguen su agitado curso. Mientras la ciudadanía se expone a la muerte diariamente, el gobierno juega a la demagogia con la inseguridad que golpea a diestra y siniestra.
La delincuencia no teme de los mandos encargados de preservar el orden, pues regularmente estos personeros son politiqueros con uniformes que detentan el puesto por «enllavismo» o amiguismo, incapaces de imponer el anhelado orden público.
Los atracos se han hecho cotidianos. Sin embargo, parece llegado el momento en que la gente pase a organizarse y asuma su propia seguridad.