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Descripción de un episodio y su histórica fotografía

Descripción  de un episodio y su histórica fotografía

Eloy Alberto Tejera
(Eloyalbert28@hotmail.com).-

Muchos se habrán olvidado de una fotografía del 1996 (y ni se diga del acontecimiento) que congeló el instante en que los “muchachos de entonces” fueron tomados de la mano por un anciano que se desenvolvía ya a tientas.

Ofrezco una lectura de esa “instantánea”. Puede estar equivocada (para describir quizás no tengo maestría), pero la hago con toda la nostalgia del mundo. Y eso, quizás me salva.

La mesa está ataviada de flores rojas, amarillas, blancas. ¿Qué son? A leguas estoy del saber los floricultores. Más que adornar para un ágape, me parecen propias para un entierro. ¿Se sepultó allí algún principio? El mantel es rojo: claro, mas el acto no está relacionado a ningún martirologio.

En el centro está un joven: Leonel Fernández que aún no reina, cuya camisa blanca y traje gris no impiden enfocar hacia la media sonrisa (la más rara de las muecas) y hacia su mirada que se pierde. A su derecha, está Juan Bosch, en comparación más reducido, como si hubiese resbalado en la silla para estar más cómodo o tratara de hundirse, esmirriarse. Cuando el alumno le susurra algo, la mano derecha del profesor, grande, de pianista, se desmaya.

Detrás del ungido por el líder reformista, está Eduardo Selman. El pelo muy negro que alguna vez conoció la gomina, la mirada segura, desafiante, me recuerdan la de los inversores de Wall Street o aquellos adorables personajes de las películas de la mafia italiana.
A su mano derecha, hay un personaje a quien ridículamente la corbata cruza la frontera de la correa. Su mirada no es cabizbaja, pero hacia abajo encarrila destino.

Las manos de los protagonistas están suspendidas antes del aplauso (como si para que una infamia no fuera celebrada. Ninguna de ellas llega a establecer la palmada para completar el acto del aplauso. Dos jóvenes (Quique Antún y Jaime David Fernández Mirabal) son quienes están cerca de los más ancianos (Balaguer y Bosch). El primero, cual fiel turiferario sostiene el micrófono donde el anciano amplificará su vocecilla en el discurso. Y el otro (no el de Borges), Jaime David, con bigote de actor mexicano, le secretea algo a Bosch.

Joaquín Balaguer está parado. Sus ojos no son los de un hombre ciego, sino los de un ser humano que ha visto demasiado. En su mirada cansada, sin embargo no le extenúa la jugarreta que a hacer se encamina: al joven político de la derecha llevar al pináculo, al PLD que hasta ese momento conocía la pureza, darle una lección práctica de lo que era el lodo.

Detrás está un general. Con su quepis, con sus botones dorados, su uniforme pulcro, (burdos clichés del que pisotea y con sí señor resuelve todo) haciendo recordar que en toda jugada política, ellos están para custodiar celosamente las fichas.

Atrás hay otros personajes. De todos quienes aparecen en la foto, su mayoría ha conocido ya la enfermedad, el ataúd o el olvido (el mejor de los descréditos), y de los que quedan vivos (Leonel o Jaime): algo que duele, pero que enseña en demasía: la puñalada trapera o la derrota.

Colofón: Ciertos acontecimientos como el del Frente Patriótico, dan arcadas y vómitos; a la historia, solo le da por abrir sus anales, y que todo siga su curso.
El autor es periodista y escritor.

El Nacional

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