Las crisis internas han formado parte del ADN de los partidos socialistas o socialdemócratas. Esos conflictos, causados por una amplia gama de factores, no solo les han costado el poder, sino que en muchos casos los han reducido a su mínima expresión y pulverizado sus aportes y legados. Abundan los ejemplos de divisiones tanto en América Latina como en Europa. Aún así, no se acaba de entender que un partido como el Socialista Obrero Español (PSOE), que tras los resultados de las elecciones del 20 de diciembre quedó más cerca del poder de lo que podía esperar, haya entrado en un proceso de discrepancias en un momento en que la unidad es fundamental.
“Un espectáculo lamentable” es la expresión utilizada por el dirigente histórico Patxi López, secretario de Acción Política y líder de los socialistas vascos, al referirse a la incertidumbre que se cierne sobre el PSOE. Los 90 escaños alcanzados en las votaciones pueden ser el peor resultado en la historia de la organización, pero ha de tomarse en cuenta que también por primera vez se ha roto el bipartidismo que ha dominado la política española y que los votantes no emigraron a su tradicional rival, el Partido Popular (PP), sino a la izquierda que se ha aglutinado en Podemos. De la misma manera que electores del PP se desplazaron hacia Ciudadanos y otras formaciones, pues viene de perder la mayoría absoluta y quedarse con solo 123 de 350 bancas.
Si hay nuevas elecciones, como anticipan los obstáculos encontrados por el presidente Mariano Rajoy para formar Gobierno, los socialistas no se perfilan como una carta de triunfo, a menos que superen sus discrepancias internas. Sus diferencias allanan el camino para que Rajoy, a quien se han negado a respaldar, gane las votaciones, porque se ha mantenido como líder y conserva la unidad de su partido. Contra los líderes de los partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, Pablo Iglesias y Albert Rivera, ha habido ningún tipo de cuestionamiento ni la discrepancia que exhiben los socialistas.
Escoger el peor momento para dirimir diferencias ideológicas, programáticas o estratégicas puede acelerar, antes que la transformación, la extinción del PSOE como una de las dos principales fuerzas políticas de España. De hecho, en las votaciones del día 20 se consumó la pérdida de un bastión como Barcelona. Los llamados barones, que no son más que caudillos regionales, y el liderazgo más radical deben, en el marco de una coyuntura que anticipa nuevas elecciones, cerrar fila en torno a su candidato Pedro Sánchez, quien para más no ha dado la menor señal de debilidad sobre los principios que ha sustentado el partido, ni asumido posiciones populistas u oportunistas para hacerse simpático. Lo otro sería suicidio.