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Educadores haitianos imparten clases en creole a  migrantes en Santiago

<P>Educadores haitianos imparten clases en creole a  migrantes en Santiago</P>

SANTIAGO.   En el lugar conocido como San Bartolomé, de la comunidad Gurabo, funciona desde hace dos años una escuela con características especiales, en vista de que los alumnos sólo reciben clase de creole, lengua oficial de Haití junto con el francés, y más que un centro escolar, es una destartalada rancheta.

Bordeada por el arroyo Gurabo, una frondosa vegetación y un vertedero originado por los desperdicios de un club localizado en su parte frontal, en ese lugar reciben clases alrededor de 40 niños haitianos, con edades que oscilan entre los tres y seis años.

Luckner Lorgeat, quien junto a la joven Suza Morina se encarga de educar a sus infantiles compatriotas, relata que la iniciativa de formar la escuela en ese lugar fue de una iglesia evangélica de esta ciudad.

Con un razonamiento lógico, Luckner explica que esa congregación religiosa decidió fomentar la educación de esos infantes haitianos “porque deseamos que en el futuro sean hombres y mujeres de bien en este país que nos ha acogido, lo que fundamentalmente se logra cuando se adquiere educación escolar”.

El profesor admite que algunos de sus compatriotas desaprovechan la oportunidad que se les brinda a permitírseles vivir en territorio dominicano y se dedican a cometer violaciones a las leyes, pero que con la labor educativa que realiza junto a Suza “procuramos formar mejores personas y estamos confiados en que lo lograremos”.

Las dos “aulas” de la escuela apenas están divididas por las pizarras.  Usan sillas plásticas. Los niños van de lunes a viernes al lugar en horas de la mañana y allí, con un entusiasmo y deseo de aprender que contagian, escuchan con atención las enseñanzas.

El lugar tiene como techo una raída lona azul, con la que los gestores de la iniciativa buscan proteger los niños de las inclemencias del tiempo. Pero presenta un aspecto tan inservible que deben suspender las clases inmediatamente comienza a llover.

El piso es de tierra que, al convertirse en lodo cuando es saturado por el agua, obliga a que las clases sean paralizadas por días, hasta estudiantes y profesores puedan ubicarse de nuevo en el lugar.

Para acceder a la escuela, alumnos y maestros tienen que tomar varias veredas o atravesar por un play donde la juventud del lugar práctica béisbol. Los deportistas con frecuencia tienen que parar por minutos sus actividades en el campo de pelota, para permitir que profesores  y alumnos pasen por el terreno, como forma más rápida y segura de llegar al centro escolar.

Por ser una escuela informal, integrada por pequeñines cuyos padres no disponen de facilidades económicas, se les permite ir vestidos como puedan. De ahí que algunos van con uniformes, pero la mayoría son aceptados con las vestimentas más dignas que puedan mostrar.

El profesor Luckner, a pesar de las precariedades con que enseñan creole a los pequeños, se muestra orgulloso del intento que hacen en procura de darles la mejor formación al grupo.

Pero está convencido deque los resultados que persiguen se lograrían más rápido si contaran con otras dos personas que hagan las veces de profesores, lo que obligaría a expandir la escuela e incluso agregar otras tandas, en vista de que la situación no les permite aceptar más de 40 niños, algunos de los cuales no residen en Gurabo.

El Nacional

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