En las reuniones con sus amigas adolescentes conversaban sobre las cracterísticas físicas que consideraban imprescindibles en sus futuras parejas.
Todas se extrañaban del amplio y diverso abanico que abarcaban sus gustos.
Poco le importaba que si blanco o negro; de pelo crespo o lacio; delgado o grueso. La única condición con la que se mostraba intransigente era con la estatura del hombre al que entregaría sus sueños.
Una década después, tras un fracaso matrimonial con un marido que superaba los seis pies de altura, su mejor amiga, quien vivía en el extranjero, no se atrevía a sugerirle conocer un pariente de su marido, también divorciado, porque este estaba lejos de satisfacer, con poquito más de cinco pies, el requisito imprescindible que exigía su querida amiga.
Se decidió a hablarle del tema a su marido y éste se propuso para comunicarle lo que se movía a su familiar. Seguro de sí mismo como era, este último le dijo que apostaran a él y que habría que suponer que, si la mujer era todo lo sensata que ellos decían, no repararía en algo tan secundario como el tamaño de una persona.
Ante todo, se comunicaron con la divorciada para solicitarle autorización para darle la dirección electrónica al pariente. En principio no mostró mayor interés, pero sin desbordada ilusión dijo que sí.
Después de todo, si alguna cosa surgía, al menos serviría para que las amigas se encontraran luego de varios años sin verse.
Días después, la amiga recibió un correo que, por su creativo contenido, la dejó impresionada.
En ese momento supo que estaba ante alguien poco común. Su curiosidad despertó y todos sus instintos femeninos se activaron.
A partir de ese recíproco interés, los contactos aumentaban en frecuencia e intensidad.
Vino el intercambio de fotos, las videollamadas, el calor de los diálogos y la planificación del primer encuentro.
El siguiente diciembre, viajó a conocerla. Todas las mutuas expectativas quedaron superadas. De ahí en adelante, se encontraron cada tres meses, hasta que, en la cuarta ocasión, decidieron vivir juntos.
Ella jamás supondría que ese “gigante” personaje la haría feliz.
Que tendría un antes y un después de conocerlo.
Él quedó sorprendido de que una recién llegada, llegaría a amar tanto, no solo a él, sino a todo lo que conformaba su mundo.
Asombraba contemplar el fervor con el cual entonaba las letras del himno de la que convirtió en su segunda patria.