Opinión

El Bulevar de la vida

El Bulevar de la vida

POR: Pablo Mckinney
pablomckinney.com

 

 

Como Dedé, don Radha, como Dedé

 

 
La suya, fue una vida entre el honor y el dolor, la dignidad y el trabajo.  En su adolescencia, la única revolución que conocía de la mano de su padre era el duro trabajo en el negocio familiar.  Así fue, hasta que descubrió entre sus hermanas, a una mujer fuera de su tiempo, enamorada de su patria. Se llamaba Minerva, y era una luz que todo lo encendía e iluminaba. Minerva trajo a la casa de los Mirabal Reyes, unos sueños de libertad que luego ocuparían todo el país. Mientras tanto, Dedé trabajaba y trabajaba.

Pero el amor a una patria provoca el odio de sus verdugos. Quiero decir, que el amor de Minerva por el país trajo el odio del tirano a la casa de don Enrique Mirabal. Y un día llegó la parca, justo y cuando Dedé, como siempre, trabajaba, y ocurrió la desgracia que fue el inicio del «fin» de una era que, -es triste admitirlo- se disfrazó de democracia, y ya ven ustedes los resultados: Cincuenta y tres años después, aquí no dejan de ganar los mismos y pierden los de siempre. Trujillo vive y las Mirabal se mueren y se mueren, y una M que no es de miércoles, don Radha, no es de miércoles ni de Mariana.

La magnitud de dolor e indignación que en el país y el mundo provocó el asesinato de Minerva, Patria y María Teresa, convirtió a Mamá Chea (su madre), y años después a ella, en las María Coraje de la patria.  En noviembre de 1975, cuando la conocí el día en que Manolito me llevó a conocer a su familia y a cantar a la escuelita de Ojo de Agua, antes del acto, (era una tarde de un sábado de noviembre antes del aniversario del asesinato), en el jardín de la casa familiar en Conuco le dediqué a ambas: “María Coraje”, la canción de Víctor Manuel.

Mil años después, en Madrid, Juan Luis Guerra me presentó a Víctor Manuel quien insistió en afirmar que había escrito la canción inspirado en una madre que perdió a tres hijos en Guerra Civil y otro en la mina. Yo, arrogante, le corregí, (Ana Belén, madre al fin, entendió mi mentira tan cierta). “No, Víctor, esa es la canción de Mamá Chea y Mamá Dedé, lo que pasa es que se la escribiste sin saberlo”.

Por suerte, ellos ya conocían de las Mirabal por su vieja amistad con Minou.
Con su fuerza y su tenacidad, con su mano y su corazón, Mamá Dedé, hizo de cada espina una rosa, del puñal del dolor una flor del trabajo. Al fin, para ella, por la dignidad y el trabajo comenzaba todo… por el trabajo y el amor. Inspirada en el recuerdo de sus hermanas, de una familia de huérfanos, y apoyada en la mano fuerte de don Jaimito, su esposo, que era terrible, autoritario, amoroso, leal y testarudo, construyó una familia de honor y respeto. Y desde entonces, todos fueron y son “los Mirabal”, aunque sean Tavárez, González, Guzmán o Fernández, como las Paola, son las Paola, aunque sean Torres o Gainza.

En un desvencijado país, nido triste de todas las injusticias e inequidades, y donde todavía soportamos necedades, “facturas” y  artirologios de más de un “héroe a plazo fijo” del anti-trujillismo, de Abril o Los Doce Años, en un día tan triste en el que no ha salido el sol sino la pena, pienso y lloró por Dedé. Esa, madre de todos, a quien la vida y un tirano le entregaron nueve huérfanos perseguidos y despreciados, rechazados por las familias maipiolas del trujillismo más degenerado, y ella los convirtió en hombres y mujeres de bien, de trabajo y dignidad.

El Nacional

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