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El caso Fernandito

El caso Fernandito

Fernando A. De León

Sabía que era una madre abnegada, como otras tantas; pero nunca imaginé que llegaría a semejante paroxismo. Poco después de transitar a pie y descalzo, desde la avenida Máximo Gómez hasta llegar a la barriada, dos amiguitos y una circunvecina me contaron sobre aquellos llantos, clamando por mi libertad.

 Fueron Tomasito el sastre, quien estaba desternillado de la risa, e Isidro Vázquez, “Bato” (ambos fallecidos), que me dijeron haber sido testigos de la angustia de Juana, cuando fui encarcelado en la otrora penitenciaria de La Victoria. En mi ignorancia de entonces, no comprendía que el dolor de una madre fuera tan extremadamente sobrecogedor.

Lo narrado me impresionó de tal forma, que esta historia la he contado otras veces, aunque con diversos enfoques. “¡Qué agarren a Alfredito y suelten a Fernandito!”, en su desesperación, exclamaba mi madre.

¿Cómo era posible que quisiera cambiar a Fernandito por Alfredito?   Mi hermano mayor era el que, cuando podía, llevaba el pan al hogar. ¡Qué barbaridad! Debo advertir que fue la primera vez que fui apresado.

Era un menor de 16 años cuando, en la calle Barahona a esquina Vicente Noble, fui sorprendido por dos esbirros policiales del régimen de Joaquín Balaguer que ocupaban un Ford Falcón. Fui salvajemente golpeado por un verdugo que respondía al nombre de Lucas Cuello Cábala (Tuto), del que no supe más, y, pasado el tiempo, me dijeron que murió en su cama.