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El concierto que me perdí

El concierto que me  perdí

Debido a un inesperado problema de salud de mi esposa Yvelisse, no pude asistir al concierto final de la temporada sinfónica en el Teatro Nacional. El programa era interesante, ya que incluía, de Chaikovski la Obertura Romeo y Julieta, y la Sinfonía número 5, y de Rachmaninoff su Concierto número 1 para piano y orquesta.

La conducción de nuestra máxima agrupación musical estaba a cargo de Ricardo Averbach, Director de Estudios Orquestales de la Universidad de Miami, y en la interpretación como solista Michael Chertock.
Conocí la obertura Romeo y Julieta cuando una noviecita de mi adolescencia me la obsequió en un long play con motivo de uno de mi cumpleaños.

Y como la música tiene un gran poder de evocación, cada vez que la escucho me acuerdo de aquella muchacha delgada, de ojos de de amarillentas tonalidades, quien desde entonces es aficionada a la música de los grandes maestros.
El romance duró unos seis meses, y finalizó cuando me dejó para involucrarse con un hombre maduro de abundante caudal metálico, o sea, que lo hizo por “razones de peso”.

Enfrentar un desengaño amoroso en etapa temprana de la vida, conlleva un desgaste emocional insoportable, y confieso que albergué mayor carga de amargura por este infausto suceso que la letra de un tango.
La quinta sinfonía del autor es una de mis favoritas del género, y tanto en la internet como a través del disco la disfruto con frecuencia.
En mis largos años de afición por la llamada música culta, la exaltada inspiración romántica de Sergei Rachmaninoff me ha conducido por rutas indescriptibles de ensoñación.
La primera pieza que conocí fue su popular concierto pianístico número 2, a través de mi amigo del barrio San Miguel Julio Postigo hijo, uno de los pocos residentes del capitalino sector en cuyo hogar había un tocadiscos.
Lo hicimos acompañados de nuestro amigo Luis Conrado Ruiz, quien años después alcanzaría la condición de héroe y mártir de la patria en la expedición del 14 de junio de 1959.

De los cinco conciertos que compuso el también director de orquesta y pianista de fama mundial, los número dos y tres son los más conocidos e interpretados, en gran medida por sus bellísimos finales.
En ellos se produce un hermoso diálogo entre el instrumento solista y la orquesta que llega al alma hasta de los que no gustan mucho de la música sinfónica, y se dice que el número dos es el preferido de las mujeres.
Tanta es su popularidad que en la década del cincuenta el cantante Rafael Vásquez lo interpretó en tiempo de bolero con cursilona letra romántica.

La frecuente interpretación de estos dos conciertos ha relegado a un segundo plano a el primero y el cuarto, aunque ambos contienen pasajes de gran belleza.

Los asistentes a ese concierto de final de temporada tuvieron la ventaja de la novedad acústica halagando sus oidos en el ámbito de la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional.

Y como no hay mal que por bien no venga, según afirma un refrán, mi esposa me dijo que al no ir al concierto por su enfermedad le he dado con eso una prueba más de mi añejado cariño de mosquitero.

El Nacional

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