Usted podrá estar de acuerdo o no con los Estados Unidos (el imperio norteamericano), pero es digna de admiración la forma civilizada en que se desarrollan las primarias de los partidos y la propia carrera por la Presidencia de ese poderoso país. Es que las actividades proselitistas se centran en el debate de las ideas sobre los más diversos temas de interés para esa nación y el mundo.
República Dominicana, contrariamente, es uno de los peores ejemplos del mundo ejerciendo una campaña electoral. Los candidatos a puestos electivos no debaten ideas y optan por la saturación audiovisual en los medios electrónicos y contaminan el ambiente con vallas, carteles, cartelones y afiches. Y lo que es peor: provocan grandes tapones vehiculares con las denominadas caravanas, en un país que ha registrado un enorme crecimiento en su parque vehicular y el tránsito es un caos.
¿Para qué sirven los bandereos y las caravanas? Ambos procedimientos generan violencia verbal y física. Regularmente provocan accidentes e incidentes, con su secuela de heridos y muertos. Y a las personas que pierden la vida en esas peligrosas actividades les llaman (de forma irresponsable) “muertos de campaña”, porque regularmente no van a justicia, ni siquiera se investigan si las víctimas, sobre todo, operaban desde la oposición.
(En el caso de Mateo Aquino Febrillet, mi amigo asesinado por uno de los tantos tígueres que copan la política vernácula, se observa intención de justicia por tratarse de una figura relevante (no es otra la razón), que ha hallado solidaridad en la cúspide de los diferentes segmentos de la vida nacional. El mensaje es muy claro: “¡Hasta ahí no!”).
No observo voluntad de institucionalizar y civilizar la actividad política en nuestro país, donde las leyes son deficientes y no se aplican por carencia de árbitros. Es un sueño, pues, abogar por el desenvolvimiento de una campaña decente y equitativa, cuando quienes están supuestos a poner el ejemplo son actores principales del desorden que observamos todos.