La imagen del subdesarrollo es aquella en la cual basta que algo o alguien triunfe para tener asegurado su fracaso.
Su victoria es su caída, sus lauros, su inminente funeral.
En el llamado subdesarrollo, sus mentalidades enanas no consienten que un proyecto o un individuo flote sobre las aguas pantanosas del devenir.
Eso de volar en un cielo claro siempre se les hará sospechoso y digno de derribar.
Hay que evitar a como dé lugar los raptos de locura que ello comporta sobre la aldeana manada, domesticada en torno al acantilado cruel.
Casi no hay nada en el país que funcione sin esas premisas graves y deformadas.
(En esos anónimos cobardes de mensajes de Internet en que se inscriben, irresponsables, los mutilados de la razón y de la conciencia, se pueden leer todos los venenos de todas las especies contra aquellos que obtuvieron, en base a esfuerzos, algún logro por mediano que fuera).
El fenómeno, en vista de que la mediocridad se ha expandido como la verdolaga de antes, no es sólo local sino que tiene la categoría de corriente internacional.
Cuando se inauguró, remodelado, el nuevo hospital regional Cabral y Báez en 1978 recibió elogios reservado a lo apoteósico.
Por fin un hospital regional abarcador que tenía hasta camillas eléctricas, dañadas después, para que no compitieran con el mundo privado.
Años después le sustrajeron un ventilador que costó 200, 000 (doscientos mil) dólares y cuyo destino es hoy un mal llevado y peor guardado secreto de Estado.
Senasa, el Servicio Nacional de Salud, tenía la muerte asegurada desde el mismo momento en que comenzó a ser elogiada por la efectividad de su trabajo, superior entre tanta indignidad.
Hoy su sola mención es lápida cruel.
El triunfo es altamente peligroso en el escenario cruel de los intereses creados.
Tanta belleza no podía ser cierta o no podía durar.
La felicidad es coja y a veces no tiene ni siquiera muletas.
Puede caer en un hormiguero, en medio de la calle, en el sarcófago cruel de los mentideros.
Una cierta envasadora de leche de la costa Norte quebró hace décadas por haber vendido leche pura, embotellada sin adicionarle la consabida agua que otra envasadora le agregaba y que de pasada le impedía cortarse en medio de una réplica telúrica de los apagones interminables.
Hay formaciones clánicas a todos los niveles.
Si usted va al mercado hospedaje Yaque con un camión de víveres u hortalizas y no se los oferta a una mafia que tiene el control del lugar, va a tener que volverse a su casa sin vender una unidad.
Lo mismo si quiere ser chofer del concho.
Ahí se obtienen las franjas a un precio considerado razonable para su re venta a los humildes obreros del volante (que tienen por cierto a Santiago sumido en un infierno con sus ruidos) a un precio miles de veces superior y no hay quien diga nada porque en el negociazo hay elementos políticos, económicos y del orden del otorga y calla, como la Omerta siciliana o el ver, oír y callar de la Era famosa que devino en doctrina nacional.
Este es el mundo clánico. Grupal, el de la increíble deshumanización que lleva a un ser humano a negarle la asistencia profesional a otro ser humano si no ha revisado bien sus bolsillos para pagarle el alto honorario que necesita su Mercedes nuevo y su alta vivienda en Jarabacoa o en una cabañ del Este.
UN APUNTE
Oposición por interés
En los sectores empresariales, profesionales, comerciales y políticos siempre habrá grupos que reaccionarán a toda iniciativa diferenciadora y de corte modernista, porque sienten afectados sus intereses. Lo lamentable es que lobran influir en la sociedad.
