Al canciller Roberto Álvarez
La diplomacia, que surgió como alternativa frente a los conflictos, más específicamente a las guerras, ha evolucionado hasta convertirse en un instrumento para fomentar el intercambio y las buenas relaciones entre los Estados libres y soberanos.
Aunque lamentablemente existan poderosos intereses políticos y económicos que le impidan cumplir su más amplio cometido.
No hay que abundar en explicaciones para saber que los cuerpos diplomáticos representan en el exterior la soberanía y la identidad de las naciones.
Si bien las regulaciones consignada por el derecho internacional no coartan ni limitan las relaciones de los Gobiernos, por aquí se ignora y viola la Constitución con los requisitos sobre la lengua establecidos por un decreto del expresidente Danilo Medina y endosado por el actual canciller Roberto Álvarez para representar al país en el exterior.
El idioma del diplomático dominicano es el español, que la Constitución consigna como lengua oficial, amén de que también es parte de su identidad.
Poner como condición que los diplomáticos dominicanos hablen inglés o la lengua de los países en que cumplen su misión es una negación de los valores nacionales. Por supuesto no es lo mismo un diplomático que un empleado administrativo, que sí debe conocer el idioma del territorio en que desempeña sus funciones.
El principal requisito, en todo caso, debería ser un conocimiento cabal de la lengua propia para cumplir su misión con la mayor eficiencia. De lo demás que se ocupen los traductores oficiales.
Lo que sí debe requerírsele a un diplomático es dominio de la realidad social, económica y política de su país y en el que se le designe para que pueda desempeñar su misión con el mayor de los éxitos.
Deben quedar en el pasado los tiempos en que artistas, poetas, escritores, estudiantes, diletantes y otros eran los representantes de un país como este en el servicio exterior. Los diplomáticos, en estos tiempos de globalización y libre mercado, tienen que ser más que bohemios o santurrones.
No está demás recordar las muchas variaciones que existen, por ejemplo, en el caso del inglés, que no es oficial ni siquiera en Estados Unidos. Es mucho mejor si además de su lengua nativa los diplomáticos dominan en todos los aspectos otros idiomas.
Sin embargo hay que tener siempre presente que en caso como el nuestro el español dominicano, riquísimo en léxico y muy complejo por sus flexiones, forma parte de nuestra identidad y de nuestra soberanía. En el proceso de reforma del cuerpo diplomático debe ponderarse, en apoyo a la identidad, el caso del idioma.