Como en un frasco de pastillas, un pozo profundo donde se hunde lentamente el hilo interior de los corazones, la poesía es salvación personal, belleza de la angustia, cúspide jubilosa y canto con matices de silencio.
Farah Hallal, nuestra poeta, revela la condición humana desde atmósferas singulares, la vida se refleja en los objetos, en el curso de los días, la familia y el amor, casi todo en ríos de tristeza siempre brillantes, conmovedoras profundides de lo vivido.
Farah nació el 10 de septiembre de 1975, en Salcedo, habitante de Virgo, poeta, narradora, publicista y activista cultural, ha ganado el Premio Nacional de Literatura Infantil, entre sus publicaciones de poesía figuran “Una mujer en caracol”, y “Borrándome”.
Farah Hallal
Serenata a un frasco de pastillas
Uso pastillas desde que me duele el mundo.
Recurro a ellas para dormir y despertar
a todos los ojos que tienen la forma del sueño.
Algunas mecen mi visión del día
y su textura se condiciona al delirio.
Otras me llevan por ese estado límbico
en el que se deleita el sufrimiento.
A todas muelo en un mortero de pérdida
todo en el afán de sobrellevar la jornada
como llevan los bueyes los dolores
que padecen ingenuamente por lo bajo
quienes huimos por el camino del látigo.
A solas el frasco me comenta lo suyo
hace un alto muy breve en la parte del miedo
menciona el dolor entre sus preferencias íntimas
es orgásmica su sensación cuando se acerca la mano.
¡Dios bendiga las pastillas que tranquilizan la lengua!
¡Las que son recordatorio de nuestra condición humana!
La grajea es un hecho inspirado en una lágrima
un argumento blando disuelto en nosotros.
No intento agregar más perfiles al tema
también el vacío tiene formas oscuras:
bébalo durante el tiempo que le reste de vida
tal y como dicta la evolución médica.
¡Celebremos pues esta era macabra!
¡Demos gracias a Dios que nos da las pastillas!
¡Ellas saben que siempre las reconocí como aliadas
por eso mi niñez las ahogaba en todos los urinarios!
De las fábulas aprendí que los círculos
no son solo círculos
y ovalado es el hueco que mide la realidad.
Eso explica que aun no sepa
con qué objetivo despertaré mañana
la noche se come al día y viceversa
y su mutua condición de bestia sin cuerpo
les deja una apariencia de zona inhóspita.
Crónica de un cuerpo deseado
Era tiempo de ahorrarle sed a mis lágrimas.
Por eso las obligué a mirar la guarnición
dentro de esta vieja lata de galletas:
mi amargo esplendor de ruina griega
mi tiempo arrancado como hoja de calendario
mi puño que aprendió a cerrar
sin que se dieran cuenta.
Por eso desvestí mis cuchillos de cocina
desnudé sus rituales sobre la mesa
y corté con mi lengua de carnicero
las conquistas suyas que tanto me costaron.
Era tiempo de ahorrarle sed a mis lágrimas
de cerrar los caminos que las condujeron
a incendiar hasta mi último día.
Era tiempo de clavar mis beso-lanzas
donde se presume que se ama lo que se llora.
La jornada
Al despertarse mordieron la calidez del pan, así probaron la dulzura de abrir y cerrar esas cortinas que cubren la textura del beso, del soterrado beso, del absuelto beso que vaga por el matinal camino de la sábana.
Se levantaron y echaron a rodar una nueva jornada, así contaminaron los elevados pasos de este día. Con el olor de la tinta que imprimen las malas noticias perturbaron los pensamientos que parten el tiempo con el silábico ritmo de los relojes, con la gracia exhumada del instante.
Se echaron, entonces, sobre la tierra como semillas cayendo sobre el tiempo, ese tiempo tendido como una coordenada, ese tiempo redondo como un objeto agrio, como una fruta mitad justo a tiempo y mitad todavía.
Se comieron las uñas con la testarudez de las doce, así se bebieron el cielo y las nubes de su estampado, se endulzaron la boca con el amargo de una gárgara, se bebieron los ríos que hacían sonar la redondez del mundo como una campanilla, se bebieron la música de los cantores que ofician misa en las copas de los árboles y se arroparon de pies a cabeza con la sabiduría del día que baja como un niño temeroso que sigue el inevitable cauce del tobogán.
Caníbal
Apenas son las diez y me he comido un ojo y el pájaro de ciudad que extrañaba el monte. Sedienta, mi lengua se tiende sobre el plato mas se mantiene atada al día de mañana. Evita navegar por los canales ocultos de la tierra, por la bandera clavada en las afueras del nombre. De ella se dice: agoniza en su lugar de origen. Qué otra inquietud canta al pie de la boca. Qué otro goce desgrana su vigilia macabra.
El cuerpo es agua derramada en la mesa, un temblor constante en estado de sitio, migajas de pan sin levadura, voz redondeada, mordisco tras otro que rehúye.
Apenas son las diez y me he comido el vientre. Voy bajando la voz como la luz de una lámpara. Sin saborear trago la carne, lamo los huesos, quiebro la taza delirante donde serviremos el cristal triturado de la copa de un árbol.
El cuerpo es la lengua rememorando su cauce, hijo pródigo que transita por la codicia de la sábana.