Entre harina y nostalgia, Juan Silié rememora las raíces que caracterizan a todo un pueblo/ Fotos: Chaymi Soriano
En las calles de Miramar, en San Pedro de Macorís, un aroma familiar guía a quienes buscan reencontrarse con una tradición centenaria. En el restaurante Rincón Cocolo, el dueño y cocinero Juan Silié Dunker mantiene viva una de las herencias más auténticas que dejaron los cocolos en esta provincia: los domplines, un plato humilde, sencillo y profundamente arraigado en la memoria petromacorisana.
“El origen (de los domplines) lo trajeron los cocolos a San Pedro de Macorís”, cuenta Silié sentado entre objetos y fotografías que evidencias sus raíces y cultura.
Explica que la receta llegó junto con los trabajadores extranjeros que arribaron al país atraídos por el auge de la caña y la producción azucarera.

Harina, agua y memoria
La historia de los domplines se mezcla con la memoria familiar. “Desde pequeño he comido la yaniqueca, el domplín, el chocolate, la yaniqueca asada y horneada, la harina de maíz como funyí… y todavía consumo esa gastronomía”, recuerda.
Juan detalla que los ingredientes son pocos, pero esenciales: “Son tres ingredientes fundamentales: un poco de aceite, agua con sal y la materia prima principal, la harina de trigo. Es sencillo, no hay que hacer mucha cosa”.
Sin embargo, advierte que lograr la textura perfecta requiere paciencia y conocimiento. “La harina tiene su truco”, dice sonriendo.

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“Cuando tú estás amasando el pan la sientes cuando ya se aprieta… luego hay que dejarla reposar. Ese es uno de los puntos principales: dejarla reposar para que suba bien”.
El sabor de los que vinieron de lejos
Los domplines se sirven con bacalao, arenque, carnes o pescado, incluso con salami guisado.

Juan explica que los primeros cocolos preferían el bacalao y el arenque, porque eran productos más accesibles en aquella época.
“Recuerda que ellos vinieron con pocos recursos. Comían barato porque lo que querían era ahorrar, ya que venían de otro país”, comenta mientras remueve la masa.
Con el paso del tiempo, el plato se convirtió en una costumbre dominicana. Hoy, los domplines siguen presentes en la mesa, pero también en la memoria colectiva de San Pedro, donde cada receta cuenta una historia de resistencia, trabajo y sabor.
Una receta con alma
Más allá de los ingredientes, para Juan Silié los domplines son una conexión emocional. “Tengo un cliente que cuando viene me llama y dice: ‘Házmelo hasta con huevos’, cuenta entre risas.
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Muchos visitantes, tanto dominicanos como extranjeros, llegan al Rincón Cocolo buscando el sabor de su infancia, ese que los transporta a la cocina de sus abuelos. “Eso es una vivencia”, dice con nostalgia.
“Recuerdo cuando mi abuela cocinaba esos domplines… esos pedacitos que nos daba para probar. Eso es una vivencia preciosa”.
Así se preparan los domplines
Con una mezcla de harina de trigo, agua, sal y un poco de aceite, Juan Silié inicia el ritual de los domplines, “la base fundamental de todo”, como él mismo la llama. Primero se sala el agua y se mezcla con la harina hasta obtener una masa firme y elástica.



“Hay que amasarla con paciencia, explica, porque la harina tiene su truco; uno siente cuando está lista. Después de eso, se deja reposar unos quince minutos para que suba bien”.
Mientras tanto, en la estufa, el agua hierve con un toque de sal y aceite “para que no se peguen ni se quemen”. La masa reposada se corta en porciones, se amasa en forma de cilindros y se va echando en la olla.
“Los dejamos hervir entre veinte y veinticinco minutos, hasta que se ponen prietos y firmes. Ahí uno sabe que están listos”, dice con la seguridad de quien ha repetido ese gesto toda la vida.
En su cocina, el proceso es casi un ritual. Silié se mueve entre ollas humeantes, corta vegetales para el acompañamiento y vigila con cuidado el punto del bacalao que servirá junto al plato.
“Mientras más prieto el domplín, más bueno está”, comenta, mientras el vapor llena el aire y los primeros bocados anuncian que la tradición sigue viva.
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Un legado que sigue vivo
El Rincón Cocolo abrió sus puertas en mayo de 2003 y desde entonces se ha convertido en un símbolo del espíritu petromacorisano.
“Este negocio nació en familia”, relata Juan. “Nos sentamos a pensar y dijimos: ‘Vamos a hacer un negocio’. Comenzamos a buscar nombres… y ahí caímos en el Cocolo de hoy en día”.
En su menú abundan los platos del mar, pescados, sopas, pollo, víveres y bebidas tradicionales, pero los domplines siguen siendo el corazón del lugar.
Silié lanzó una invitación: “Yo le digo a las personas que vengan a San Pedro de Macorís, que conozcan nuestra costumbre. Aquí hay un negocio que representa parte de la etnia que llegó a San Pedro… ese es el Rincón Cocolo”.
Y así, entre harina, historia y afecto, en cada domplín, San Pedro amasa su identidad y su memoria colectiva.
