El Gobierno,sobre la base del poderío militar y la dependencia, apostó a la suspensión de los trabajos en el Masacre y lo que ha provocado es el furor de los haitianos. Para compensar el error y obviando lo diplomático, apela a la rehabilitación del canal La Vigía, y esto justificará el haitiano y para los dominicanos será peor porque no se aprovecharán los diques aguas abajo del río.
Un problema fronterizo requiere y merece un debate a fondo en un ambiente diplomático y no la difusión de medidas apresuradas y desmesuradas contra un adversario que es un “esqueleto”.
Esto precisamente es lo que no debió haberse hecho como es lanzar un ultimátum a un pueblo que es el más pobre del continente y negro por demás, que le victimiza, alegando que no hay a quien reclamarle un marco de respeto mutuo, sin embargo, ONU, cuerpo diplomático y policías reconocen su legalidad. Pero se le ha hecho sin explicaciones precisas sobre el alcance y sobre la forma de llevarlo a cabo: sacando “vena y pecho”, y peor aún, actuando contra su supervivencia.
Estos asuntos no se prestan a improvisaciones, la política diplomática debe girar en torno a la negociación y el compromiso y no a la mezcolanza de propósitos e intenciones que vayan dirigidos a otros fines.
Ahora se agudiza el enfrentamiento, se ha dejado de usar el arbitraje como recurso para solucionar el conflicto, y se nos reclama la unidad nacional para salvar la soberanía del Masacre, más no por los centenares de miles de visados por el negocio sucio de los “consulados”, el soborno en los retenes militares, y decenas de miles de niños (as) nacidos de madres haitianas que nos han construido una “nación haitiana” con 496 asentamientos en nuestro territorio. La soberanía no es transeúnte, y la unidad nacional por la patria es un asunto muy serio como para someterla a oportunistas ocurrencias.