En su ya acostumbrada columna “Sufragio” el magistrado de la Junta Central Electoral, Eddy Olivares defendió el voto preferencial argumentando que le “brinda al elector la libertad de escoger al candidato de su preferencia de una lista cerrada y desbloqueada integrada por tantos candidatos como escaños corresponde a la circunscripción”.
Y añade mi buen amigo: “El voto preferencial constituye una democratización forzosa de los partidos políticos que permite a los electores escoger entre varios candidatos de cada partido”. Y dice más: “Gracias a esto es que los escaños que antes del voto preferencial, en los tiempos de las listas cerradas y bloqueadas, estaban reservados para los amigos de las cúpulas partidarias, en la actualidad se encuentran ocupados, en la mayoría de los casos, por los cuadros medios de los partidos políticos.” (No lo mejor de lo mejor. El Congreso está lleno de políticos “analfabestias” y pedigüeños que constituyen una vergüenza)
Lo que afirma Eddy Olivares en su artículo es verdad. Pero –nunca falta- esa modalidad tiene muchos problemas en un país como el nuestro carente de instituciones y valores, sustituidos, en todo caso, por el clientelismo y lo que de ello se deriva.
El voto preferencial, al que no me opongo en principio, ni por principios, permite – ¡atención Olivares!- que muchos dueños de bancas de apuestas, mal llamados “banqueros” como si fueran colegas de don Alejandro Grullón, compren diputaciones, alcaldías, regidurías y hasta senadurías.
El voto preferencial -¡atención Eddy Olivares!- le abre las puertas no solo a “banqueros”, sino a narcotraficantes, evasores de impuestos, corruptos del gobierno y de los partidos enquistados en sus cúpulas.
El voto preferencial, Eddy, es para los que pueden comprar cédulas, voluntades, delegados de los partidos adversos, llenar una patana con cemento, varilla y zinc; utilizar los bienes públicos.
El voto preferencial, querido amigo Eddy, le cierra las puertas a ciudadanos probos, como tú, por ejemplo, cuando eventualmente salgas de la JCE y expreses determinadas aspiraciones congresuales y municipales de manera legítima. Y muchos otros –hombres y mujeres, jóvenes y viejos- trabajadores, profesores, académicos, científicos y médicos con vocación de servicio a sus respectivas comunidades. Para ellos las puertas del Congreso y las alcaldías estarán cerradas por no tener dinero para comprar voluntades.
Es cierto que volver a las listas cerradas de los partidos, tan corrompidos como la sociedad misma, es una vaina, un retroceso, porque esas cúpulas venderían los primeros lugares, como se hizo en el pasado.