Se pone de moda en nuestro país la cultura del reciclaje. Pero que nadie se llame a engaños, se trata del reciclaje de objetos. El de “personajes”, aquellos que en un fugaz instante de sus vidas parecieron ser desterrados de la estima pública, lo practicamos desde hace tiempo. Y no aprendemos la lección, no terminamos de internalizar la relación entre esos resurgimientos perniciosos y nuestra pobreza perpetua.
De eso se ha tratado. Al habernos permitido el error de recurrir a pasados que debieron quedar sepultados, nos hemos privado de un presente diferente y hemos aniquilado la posibilidad de un porvenir decoroso. Eso explica la escasez entre nosotros de rotación de liderazgos. Un puñadito de nombres, acompañados de sus cohortes de desfalcadores, llenan décadas de historia, y cuando advienen sus epílogos solo por causa del irreductible transcurrir de los días, entonces son suplantados por sus discípulos ideológicos más avezados, como forma de cambiar de rostros, pero no de esencias.
Son largas las listas de casos en los cuales se ha amagado, como manera de guardar apariencias, con llevar adelante procesos que, en un normal desarrollo, habrían culminado con sentencias ejemplares y, sin embargo, ha terminado pudiendo más la impunidad que nuestra capacidad ciudadana de presionar que los hechos pasen del susto a la realidad.
¿Quién puede esperar que donde tales cosas ocurran no prime en la mentalidad colectiva la idea de que, presentada la oportunidad, sería una tontería no exprimirla para asegurar el futuro, quizás de más de una generación? Por eso tenemos tanta miseria coexistiendo con una camada de potentados que se dan una vida principesca sin que ninguna actividad legítima avale tanto boato.
Todo esto quedó resumido en una portada de un periódico que, a propósito del aniversario de la muerte de Balaguer, expuso la foto de tres de sus más conspicuos colaboradores, con méritos para ocupar ese sitial, siempre que anunciara la cuantía de la pena a la que debieron ser condenados por sus tropelías.
Lo penoso de este drama es que se sustenta en una complicidad social porque no somos capaces de repudiar tales sujetos. Al contrario, nos fascina codearnos con ellos, tenerlos de socios, asistir a sus parrandas, registrarlos como miembros del Club.
Así se nos va la vida, viendo portadas rejuvenecidas pese a la vetustez de su contenido. Pensar que solo nos queda prepararnos para contemplar los personajes del hoy, en las portadas del mañana.