En su familia, la tradición de hombres médicos terminó con su único hijo varón, quien optó por dedicarse a los negocios. Ninguna de sus seis hijas tampoco quiso involucrarse con la sangre y el dolor que supone estudiar la profesión de sus ancestros.
Él, en cambio, siguió los pasos de su eminente padre y, al igual que éste, disfrutó del escaso privilegio que en esa época implicaba matricularse en una de las principales universidades europeas.
Tuvo mejor suerte que su progenitor porque no fue afectado por la terrible enfermedad que obligó a aquel a regresar al país y aislarse en una de sus escasas gélidas montañas hasta sanar por completo.
Se decía que, para lograrlo, se embutía cada día una alta dosis de huevos crudos hasta que el exceso le hacía devolverlos, pese a lo cual, reiniciaba una y otra vez la desagradable ingesta.
Muchos años después, su hijo continuaría el oficio, con notable éxito, no solo en el ejercicio del mismo, sino como empresario de la salud.
Su prestigio crecía como espuma indetenible.
No obstante, poco a poco se fue sumergiendo en el consumo exagerado de bebidas alcohólicas y su entorno estaba muy preocupado.
Nadie se explicaba cómo un cardiólogo de su nivel se hacía tanto daño, estando consciente de los efectos perniciosos que tal vicio conlleva.
Para nada ayudaba un primo que vivía en un pueblo cercano, tan proclive a los mismos hábitos que él. Lo visitaba casi todos los fines de semana y las condiciones en que ambos terminaban eran realmente deplorables.
El asunto se agravaba porque pese a tener las posibilidades de hacerse acompañar de un conductor, mientras más grande era la borrachera, más se obstinaba en regresar manejando él mismo su flamante automóvil.
Ninguna de las personas llamadas a tener influencia en uno y otro, era capaz de persuadirlos para que desistieran del peligroso camino que estaban transitando.
Como todo el que está bajo el influjo de sustancias de ese tipo, se creían inmunes a todo mal.
Aquella tarde de domingo, las cosas se extremaron. Fue notorio el incremento de botellas vacías y del pánico de los testigos cuando lo vieron partir zigzagueando de un carril a otro de la primera carretera que tomó.
En cada ocasión que uno de los suyos pasa por ese lugar de la autopista, no puede evitar que una lágrima se le escape al ver la cruz con su nombre.