¿Habrá Lula da Silva escupido para arriba cuando en 1988 dijo: “En Brasil es así: cuando un pobre roba, va a la cárcel; pero cuando un rico roba, se convierte en ministro”? La frase puede encajarle como anillo al dedo tras gestionar un puesto en el gabinete de Dilma Rousseff para blindarse de las acusaciones de corrupción que lo tienen al borde de ser enjuiciado. Al carismático líder del estremecido Partido de los Trabajadores no se le ha probado la menor culpabilidad de enriquecimiento ilícito y lavado de activos, pero ya no se tiene el mismo criterio sobre su conducta.
¿Por qué, si es verdad que no tiene cola que le pisen, tiene que aforarse a través de un ministerio? Al cazador más listo se le va la libre, que es posible sea el caso de Lula al jugar una carta que sugiere haber perdido las perspectivas al pensar que están dadas las mismas condiciones cuando se le reputaba como un gran negociador. Su entrada al gabinete, que para colmo ha sido suspendida por un juez y rechazada por cientos de miles de brasileños que han tomado las calles, terminaría perjudicando, más que beneficiando, a una Dilma que se precipita en caída libre.
El acoso contra Lula podrá tener algo de político e incluso hasta personal. Lo evidencia su detención durante un allanamiento para interrogarlo y la prisión que se solicitó por temor a que se fugara del país. Se trata de dos excesos que, sin embargo, quedan opacados ante declaraciones como la del senador Delcidio Amaral, que lo acusa de participar en el esquema de corrupción en Petrobras, y el contenido de las 50 grabaciones telefónicas que desveló el juez Sergio Moro.
En un momento de tanta crispación, en que los aliados políticos comienzan a sacar los pies, con empresarios y otros políticos presos y condenados por el escándalo y una economía que en 2015 se contrajo un 3.8%, entrar al gabinete de Dilma, quien está cada día más cerca de un proceso para destituirla, no ha sido el único error de Lula. También las presiones contra la justicia que según las grabaciones del magistrado solicitó a personalidades. Las conversaciones han dado baza a Moro para crecerse y estigmatizarlo aún más al sentenciar que las democracias “exigen que la gente sepa que hacen sus dirigentes, incluso cuando intentar actuar al abrigo de la sombra”.
En la cruzada contra la corrupción que recorre el continente han caído hasta presidentes en el ejercicio de sus funciones, pero el caso de Lula es uno de los más emblemáticos. Tal vez, bajo el principio de que la justicia es igual para todos, incluida la clase política, se busque evidenciar a los políticos que se han cobijado en el paraguas de la izquierda para enriquecerse o convertirse en grupos económicos.
En desgracia como está, a Lula ahora se le pega todo, hasta frases que en su momento fueron celebradas.