Editorial

Espacio y tiempo

Espacio y tiempo

El pasado miércoles, 9 de febrero, se cumplió un nuevo aniversario del ametrallamiento criminal, alevoso y horrendo contra centenares de estudiantes secundarios y universitarios, que reclamaban frente a la puerta principal del Palacio Nacional, la salida de las tropas yanquis que pisoteaban nuestro suelo, un aumento del presupuesto de la UASD y el reconocimiento del movimiento renovador de esa alta casa de estudios.

Era una manifestación pacífica, donde nunca hubo una simple provocación de los estudiantes, cuando de repente sonó el tableteo de las ametralladoras contra los alumnos concentrados en el lugar, cuyas armas eran cuadernos y lápices, pues habían salido de sus respectivas escuelas a solidarizarse con los estudiantes de la universidad estatal en reclamos que eran justos, y que además eran parte de la lucha estudiantil, como era el repudio contra la intervención norteamericana, una invasión que afectaba nuestra soberanía nacional, herida de muerte nuestra Patria.

Una comisión de dirigentes estudiantiles de la UASD y de la otrora unión de estudiantes Revolucionarios (UER), ingresó al palacio presidencial a entregar una declaración al presidente de la época, Héctor García Godoy, quien no se encontraba en la sede del gobierno, por lo que decidieron esperar sentados en la escalinata del asiento del Poder Ejecutivo.

Esa comisión era presidida por el inmenso e inmortal, Amín Abel Hasbun, que contempló impotente como un grupo de policías asesinos, disparaban a matar a jóvenes que no pasaban de 18 años, dejando el trágico balance de cinco muertos y más de 40 heridos, acontecimiento que desencadenó en una huelga nacional de una semana, dejando un balance de varios soldados yanquis y decenas de policías abatidos en enfrentamientos y escaramuzas que se registraron principalmente en la zona,  que meses antes era controlada por los constitucionalistas, que lucharon por el retorno del profesor Bosch , sin elecciones, dado que fue víctima de un golpe de Estado.

El sonido de las armas de los crimínales y despiadados policías, se inició justamente cuando el hoy ingeniero Romeo Llinás, quien aún mantiene sus principios de entonces, se aprestaba a subir una verja para pronunciar un breve discurso, donde explicaría el retraso de la comisión de dirigentes estudiantiles para entregar el documento al presidente García Godoy, pero debido a un forcejeo con un par de policías que no permitían que el hoy profesional de la ingeniería cumpliera su propósito, desató la furia de los demonios. Era un cuadro lleno de terror, sangre y pánico de una decena infernal, y lo describo así, pues yo estaba allí, como decía el inolvidable teórico, Jimmy Sierra.

Cada año, un grupo de sobrevivientes de aquella masacre le rinde honores a los caídos, con una ofrenda floral en el lugar de los hechos, donde se inició la matanza sangrienta,  que se recuerda cada año,  hace más de medio siglo, para que no se repita, dado su saldo luctuoso que aún exhibe sus huellas en los compañeros Brunilda Amaral y Tony Pérez, quienes resultaron gravemente heridos y andan en sillas de ruedas porque no se recuperaron totalmente, pero aún continúan firmes en la ideas revolucionarias.

El Nacional

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