Nada es mejor recibido por la gente que predicar con el ejemplo.
Nadie se ve mejor recompensado moralmente que aquellos que están dispuestos a arriesgarlo todo por hacer cumplir sus palabras al pie de la letra.
En un pueblo de esos que no caben muy bien en una fábula, cundió la preocupación porque una cierta campana del templo que despertaba a la comunidad con sus latidos matinales dejó de sonar impensadamente. La gente sufrió tardanzas para irse al trabajo y la ausencia de los breves campanazos a los que ya se habían acostumbrado como el sonido de un ruiseñor de madrugada, entre otras consecuencias no deseadas como la de levantarse tarde.
Fueron a donde el campanero para que explicara la falta y éste les dijo que la campana no tocaba en primer lugar por 17 razones diferentes, la primera de ellas que ya no había campana.
No menor es la incertidumbre respecto al acto de amarrarse los cinturones, advertido con cierta severidad por el gobernador del Banco Central.
Puede ser que como van las cosas haya un gran déficit de ellos o se pongan demasiado caros en el mercado.
Sin embargo, alegra creer que él inició el proceso con algunos de los gruesos emolumentos que percibe en razón de pensiones, dietas y gastos de representación, sin olvidar el sueldo de super lujo por sus delicadas funciones de cancerbero económico.
Es posible que el fondo que se decida a crear el gobernador del BC sea un Fondo de Cinturones para la distribución gratuita de éstos entre las personas más desvalidas y que van a ser duramente afectadas por la austeridad, no generalizada, (porque hay quienes no van a renunciar fácilmente a sus brillantes y codiciables ingresos).
Durante una época algo remota se vio a hombres que lucían muy sobrios amarrarse la cintura con sogas, (lo que podía volver a suceder) debido a la precariedad del momento económico que por cierto, no es vinculante, no toca a la élite de poder sino al populacho que ya carga enorme peso impositivo.
De acentuarse la sequía económica podría escasear las correas y una más que otras irá a parar a una casa de empeño.
En cierta ocasión, un importante líder político asumió la misma sugerencia al país. Cuando las condiciones económicas irrumpían como mareas de tormenta en los acantilados de la realidad social.
Claramente, esa manifestación tétrica de la crisis no va a alcanzar al gobernador del BC- aunque colocara la advertencia en primera persona pues se tiene entendido que entre pensiones de instituciones bancarias donde trabajó y su sueldo actual, el licenciado Valdez Albizu devenga su millón de pesos aproximadamente.
Pero como en esta oportunidad él se dirigió en primera persona hacia los dominicanos que necesitarán amarrarse los cinturones, no aquellos que no lo requieren, dado que han sido altamente beneficiados con la política neoliberal puesta en marcha desde el primer momento.
Y que le ha dado muy buenos resultados a esa política, no al país, y por tanto se espera que, para dar un ejemplo a seguir por otros funcionarios de alto nivel que devengan sumas millonarias, se rebajará su propio sueldo que para los fines del dominicano común y especialmente los empleados de muy baja jerarquía, resulta de super lujo y cientos de miles de veces más alto que el de cualquiera de éstos últimos.
Pero esa desjerarquización injusta de los sueldos, esa desigualdad tan pronunciada, suele ser aceptada como parte de un orden natural que anda ya convaleciente pero que camina todavía.
Después vendría la rebaja de los sueldos de aquellas personas que sólo por asistir a cada sesión de la Junta Monetaria salen con los bolsillos arcas suficientemente preparados para alojarse en un hotel de lujo por una semana y les sobra dinero.
Ese ejemplo tendrá un efecto multiplicador y muchas personas encontrarán sentido y coherencia a la idea de amarrarse los cinturones, incluido los cinturones de seguridad de aquellas personas que se van, muchos de ellos con la idea expresa de no volver a escenarios tan rudos de crímenes, apagones, desfalcos, narcotráfico amenazante, burlas a la inteligencia colectiva, entre otros paisajes integrados ya a un funesto folclor que nunca se imaginó ni en las peores pesadillas.

