Al caminar por cualquier calle en Europa se sienten que las piedras cuentan historias de hace milenios. Esa historia es la que ha moldeado la Europa que tenemos hoy con todos sus defectos y virtudes, la que movió a la unidad como la vía más efectiva de finalmente lograr la paz que tanto le eludió y la que en base a consensos construyó una fuerza continental única y sin precedentes.

Sin embargo, ahora que los supuestos sobre los cuales se construyeron las bases de la unidad europea empiezan a ser socavados, es tiempo de que Europa vuelva a repasar su historia y tome de manera decisiva las riendas de su futuro.

Las naciones de Europa ahora representan el pilar más visible de lo que va quedando del liberalismo democrático, y eso les hace el enemigo más importante de la ola iliberal que viene arropando al mundo. Ahora que también de este lado del Atlántico se lanzan dardos en contra de la unidad europea es tiempo de que Europa entienda que representa la última barrera de defensa que queda de la estabilidad de la post-guerra, y es tiempo de que actúen de acuerdo a la magnitud de esa responsabilidad.

El primer paso es la aceptación. Europa debe aceptar que la guerra en Ucrania es existencial para cada uno de los países del viejo continente y que deben ponerle fin bajo sus propios términos. Deben aceptar que las premisas de seguridad económica, social y militar que existieron hasta hace 8 años hoy simplemente no existen, y que es su responsabilidad restablecerlas con su propio músculo.

Es urgente que acepten que los tiempos de conversar, construir consensos y buscar acuerdos ya se acabaron, ahora es tiempo de actuar y de forma decisiva.

Para preservar la esperanza de la democracia liberal el mundo necesita una Europa fortalecida, capaz de defenderse con su propia industria y sus propias fuerzas, con el poder de proyectar sus intereses más allá de sus fronteras inmediatas inicialmente construyendo relaciones comerciales y estratégicas más cercanas en las Américas, África y el Pacífico, y con la intención expresa de defender el mundo basado en la reglas y normas internacionales definidas hace 80 años para preservar la paz.

Por supuesto, es perfectamente posible que el liderazgo actual en la Unión Europa y otras instituciones multilaterales del viejo continente no lo vea así, y entienda que todavía hay espacio para tratar de rescatar la vida como era antes de 2015, y que opte seguir perdiendo tiempo apelando a los compromisos y promesas que ya no están ahí.

Mi deseo es que de darse esa pérdida de tiempo y agotado ese esfuerzo, aún quede algo del orden global que heredamos y que no estemos atrapados de vuelta en la continuación de las muchas historias milenarias de horror que cuentan muchas de las calles de Europa y que todos deseábamos haber dejado detrás.

Por: Orlando Gómez Torres
orlando.gomez@gmail.com