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Gran vergüenza

Gran vergüenza

Pedro P. Yermenos Forastieri

Cuando los presentaron en su trabajo, una expresión que en ese momento no comprendía, se dibujó en su rostro.
Los días fueron transcurriendo y él iba percibiendo una actitud reservada de ella frente a él.

Era amigo de su supervisor y le comentó la sensación que sentía cada vez que interactuaba con ella.
“Qué extraño, porque Cristina no es así”, le respondió.

Esa circunstancia le provocaba malestar debido a que sus intercambios, por razones laborales, eran frecuentes y suponía que ella tenía mala valoración de su persona.

Ante su obstinación, no le quedó más que resignarse a no tener su amistad. A él, caballero en todo el sentido, no dejaba de mortificarle porque hacía lo posible por tener buena relación con sus compañeros de labores.
Meses después falleció el papá de una gerente de la empresa.

Por sus funciones, estaba compelido a participar de las honras fúnebres. No así ella, porque ocupaba sitial diferente en el organigrama.

En su caso, unas simples condolencias ante un encuentro casual, resultaba suficiente.
En el novenario de la muerte, estuvo en la iglesia donde celebraban la última misa. Al llegar, notó que en el banco contiguo al suyo estaba sentada, junto a su esposo, una mujer muy querida por él. Había sido su alumna en la universidad y en su vida profesional desarrolló con su antiguo profesor una excelente relación de amistad.

Finalizada la eucaristía, como era normal, se buscaron y se confundieron en un efusivo abrazo. Después de los comentarios habituales, ella dijo: “Profesor, sus exalumnos hicimos un encuentro y lo mencionamos mucho. Fue una actividad alegre y conmovedora, rememorando tantos momentos agradables”.

“Déjeme mostrarle fotos”. Abrió su cartera y extrajo de ella su moderno celular. Lo encendió, luego de una rápida búsqueda, ubicó lo que quería. Empezó a enseñarle imágenes, lo cual acompañaba con un relato específico sobre la suerte corrida por quienes posaban.

Se detuvo un poco más en una fotografía donde aparecían seis personas entre hombres y mujeres, con la dueña del teléfono en el centro. Para ayudar la memoria del antiguo maestro, fue identificando uno por uno los personajes.
“Este es Luis; el próximo es Virgilio; la siguiente es Maritza; a su lado Vanessa, la del bolso soy yo y la última es Cristina, quien dice que usted finge no conocerla en el trabajo”.

Sintió vergüenza con su amiga, pero consideró injusta la actitud de su compañera de oficio.