Humos de Ucrania llegan a Europa Oeste por la devastación al mejor estilo nazi en Stalingrado, provocada por el psicópata asesino que gobierna Rusia. Para ello usa el subterfugio de evitar el cerco de la OTAN desde Ucrania,como si Moscú no estuviera al alcance en minutos de los Pershing II instalados en Europa.
Después del procedimiento al que recurre ha puesto en guardia a Occidente, pero al mismo tiempo estamos en mejores condiciones de entender la cuestión que lleva consigo escondida bajo diversas argucias esta guerra despiadada: “reinar” en tiempos de justicia y paz ensañado en guerra.Y lo hace sirviéndose de la religión para invadir a Ucrania haciendo valer ante los rusos y convenciéndoles de que gozan del favor de Dios. Y me atrevo a percibir sus motivos religiosos porque lo que subyace es que en el seno de la Iglesia Ortodoxa existen dos corrientes antagónicas: la rusa que quiere castigar la disidencia de la ucraniana separada en 2019, que desde el siglo XVII estuvo adscrita a sus dictados.
Hábilmente el patriarca Alexei, después de la caída de la URSS (que vetó el credo) propició el regreso de la Iglesia a los centros de poder, y el propio Putin, considerándose todo un zar ha puesto la religión al servicio del gobierno arruinando la unidad por su intolerancia,obteniendo la bendición de Alexei (fallecido en 2008) como de su heredero el patriarca Kiril, que le han apoyado las guerras, los desvíos y las fechorías de la política más criminal como esta última acusando la Iglesia ucraniana de estar corrompida porque “protege” los gays y las drogas,agregando que si estuviera unida a ellos sería más afortunada.
Pero en sí es una función religiosa apreciada en términos de eficacia política por el Kremlin,buscando restaurar la autoridad de Rusia sobre los ortodoxos ucranianos que cuidan de los lugares más sagrados y de peregrinación de la Iglesia Ortodoxa: el Monasterio y las Cuevas de Kiev. He ahí la raíz del conflicto