La crisis por la cual está atravesando el pueblo haitiano es tan compleja como la Revolución que realizó para conquistar y consolidar su independencia nacional en 1804. Solo los superficiales, sin conciencia intelectual, y los indocumentados, con la soberbia de la ignorancia, pueden mirar a los haitianos sin respeto ni admiración histórica o con bajas pasiones, por sus miserias actuales.
Fue nuestro padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, el primero, y sin mezquindades, quien declaró su gran admiración por el pueblo haitiano. Lo vio luchar sin tregua por su libertad y vencer a sus amos, mil veces más poderosos, y hacerlo con la bravura y el sacrificio de los guerreros clásicos, pero huérfanos de un Homero que cantara sus glorias.
Los haitianos fueron capaces de vencer a las tropas de Napoleón Bonaparte, en la parte occidental de nuestra isla, llamada Saint Domínguez, donde los galos tenían su colonia más próspera del mundo.
Los esclavos apenas vivían siete años de vida productiva. Por el contrario, España poseía la colonia más atrasada de la época en la parte oriental, denominada Santo Domingo. Había una esclavitud patriarcal, en que amos y esclavos comían juntos, servidos en platos de hojas de guineo y sentados en un tronco de un árbol vencido por el tiempo.
Hoy los haitianos, empujados por la peste de la miseria, y para no tirarse al mar ni dejarse morir, porque el derecho y la obligación de todo ser vivo es seguir viviendo, corren hacia República Dominicana. Algo parecido hacíamos nosotros con Saint Domínguez en el siglo XVIII y, con diferentes matices, reiteramos hoy con miras a Estados Unidos de América y Europa.
Juan Bosch supo analizar como nadie la complejidad de la guerra que libraron los hijos de Dessalines y Toussaint en busca de su destino. Podríamos clasificar su guerra de social y libertaria, contra los esclavistas; internacional, contra Francia; patriótica, por su defensa de la Patria; independentista, por su soberanía; racial, por ser de negros contra blancos y mulatos.
Las migraciones son parte de la historia de la Humanidad. Las mercancías hoy son más importantes que los humanos. Viajan hacia los mejores mercados.
Circula por ahí una maravillosa y aleccionadora carta del autor de La Mañosa, con la cual recrimina a varios de nuestros intelectuales por su ominoso desdén contra los haitianos. Hasta llegó a preguntarles, ¿cómo se puede amar a los propios hijos si se odia a los hijos ajenos?.
El problema aquí no son los haitianos, sino la incapacidad de nuestro Estado para controlar esa migración. Y peor es la hipocresía de ciertos empresarios, que se enriquecen con la sangre de esos desafortunados. A los haitianos los queremos en Haití. Y aquí, a los que podamos tener con dignidad.