Opinión

Invitada perpetua

Invitada perpetua

Nadie ha tenido que invitarla, porque siempre ha estado ahí. Presente. A la vista de todos. La corrupción que hoy enoja cuando desde fuera nos la restriegan en la cara, como por enésima vez acaba de hacer el embajador de Estados Unidos, es, además de un lastre histórico causante de miseria y frustraciones, uno los grandes desafíos para una sociedad que la ha asumido como cultura o estilo de vida.

Pero a tales extremos que ya don Américo Lugo sostenía que en este país ni el crimen mismo es una mancha perdurable.

También la impunidad ha adquirido carácter histórico, de forma tal que las riquezas mal habidas parecen más bien justificarse en lugar de condenarse. De ese dejar hacer y dejar pasar, Corpito Pérez Cabral, quien luchó contra Trujillo, se quejaba con amargura en su obra “La comunidad mulata” de que «las peores traiciones a la patria, los más detestables cómplices o coautores de crímenes morales y materiales contra los intereses colectivos, los casos de máxima depravación atentatoria contra la moral pública, el servilismo inconcebible, jamás han recibido la más leve acción punitiva, no ya en el momento cronológicamente oportuno, sino tampoco retrospectivamente por mandato de la posteridad».

Esa ausencia de sanción rectificadora ha estimulado el auge de la corrupción, puesto que, como muy bien señala Pérez Cabral, no se han juzgado y condenado los peores desafueros contra los valores y principios, no solo en el plano de los sagrados intereses superiores, sino tampoco en las más restringidas esferas. Y esa es la verdad que ha caracterizado una nación que después de librar una guerra restauradora entregó el poder a un mariscal de la corona española y promotor del anexionismo como Buenaventura Báez.

Es difícil no desalentarse frente al actual panorama. Pero no queda más que aceptar que todo lo que se ve hoy tiene que ver, como decía Lugo, con el proceso de formación social de un Estado que nació inviable, porque “murió asfixiado en su cuna”.

Porque lo cierto es que por menos de lo que se ha visto aquí en materia de corrupción, en otras naciones, incluso menos desarrolladas, han habido revoluciones sociales.

Sin Poder Judicial y una sociedad incapaz de asumir sus roles, la nación, desposeída de energía para sancionar en todas las escalas y grados, no pasará, como advertía Pérez Cabral, de ser un emporio fecundo de transgrensiones.

La desmoralización ha sido la perpetua invitada a presidir la vida pública y privada de la colectividad. Si ese panorama, que por ahora ha sido una constante no se modifica, que nadie se sorprenda si lo de la OISOE y crisis como la que sacuden al sistema judicial resultan un juego de niños frente a otros escándalos. Es el gran riesgo que suponen la impunidad y la indiferencia.

El Nacional

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