Una cosa es que la nueva Junta Central Electoral (JCE) presente, con excepción de uno, rostros diferentes a los anteriores; y otra que haya cambiado de dueño o quedado fuera del control del cogollo peledeísta.
La maniobra sirvió para cambiar la apariencia, pero no para variar su esencia: su condición de órgano electoral funcional a la dictadura institucionalizada y al continuismo peledeísta.
Danilo y la cúpula del PLD no son tan brutos/as para haber dejado al chicharrón de Roberto Rosario y a su equipo al frente de ese organismo, que por demás cumplió la insigne misión de un fraude grotesco que ciertamente carboniza a cualquiera.
Había que entretener con esa amenaza a una oposición que priva en tonta, para entonces proceder al palo disfrazado y garantizar un mecanismo bajo control del PLD pero debidamente remozado. Como pasará con la designación del TSE y demás “altas cortes”.
Que nadie se lleve a engaño: esa nueva JCE es de Danilo y de la cúpula del PLD, integrada por evidentes instrumentos políticos controlados por él, Leonel y Vargas Maldonado y personas prestigiosas aparentemente independientes pero identificadas políticamente con el Presidente; personas notables a las que nadie vio enfrentarse a las fechorías de la anterior JCE y del gobierno desplegadas durante la pasada campaña electoral, las votaciones y el conteo recientes. Vale agregar que todos los suplentes son del PLD.
El nuevo maquillaje confunde a quienes procuran no ver más allá de la superficie, al punto de obviar que el nuevo Presidente de la JCE, Julio César Castaños Guzmán, era segundo al mando de Marianito Germán en la Suprema Corte de Justicia, designación que la cúpula del PLD jamás le hubiera concedido a una persona ajena a sus designios.
A la oposición electoral, inmersa en politiquería y la corruptela, le cae la culpa de no haber enfrentado esa nueva imposición con el pueblo en las calles. Prefirió ir a misa, hacer procesiones, hablar pendejadas e intentar pactar con Agripino y los reyes de la trampa para terminar entrampada. Ahora con pose quejumbrosa, distante de la necesaria insubordinación y desobediencia civil.
Ni antes ni después del fraude electoral, ni antes ni después de estas designaciones manipuladas y manipulables, dejó de ser partidocracia degradada funcional a esta seudo-democracia. Por lo que el oscuro horizonte electoral que esto anuncia obliga a contemplar seriamente el ejercicio de la democracia de calle por una Constituyente Popular y Soberana.