Era el menor de tres hermanos. Por los vaivenes en la relación de sus padres, a cada uno le tocó una experiencia de vida diferente. A él le correspondió la peor. Era el momento en que las cosas estaban más deterioradas en todos los aspectos, de manera particular en lo emocional. Eso lo marcó para siempre, influyendo en esa personalidad especial que le caracterizaba, síntesis casi perfecta de melancolía, ternura y sensibilidad.
Lo que nadie ponía en duda era su inteligencia. Un creativo extraordinario. No paraba de producir ideas brillantes y, a corta edad, había inventado tres marcas de productos naturales medicinales; para cuidado personal o veterinarios. Eran el resultado de su formación en química. Parece que sus momentos de encuentros exclusivos consigo mismo, en los que incluso poco se dejaba ver, los dedicaba a poner en funcionamiento su cerebro y hacerlo parir nuevas criaturas.
Era tal su obsesión por dedicase de forma casi exclusiva a labores ingeniosas, que todos en su entorno empezaron a preocuparse. Se descuidaba con frecuencia de su alimentación, le sorprendían las horas de las madrugadas calculando fórmulas, mezclando materias primas y apenas amanecía corría a compartir con escasas personas sus novedosos descubrimientos.
Como era previsible, ese maltrato a su calidad de vida empezó a reflejarse en su condición física y su salud general. Su pérdida de peso se hizo notoria y constantes bostezos y ojeras, delataban falta de sueño.
Pero sus éxitos como emprendedor no se detenían. Eso hacía difícil rebatir su peculiar estilo de vida. Las ofertas que colocaba en el mercado adquirían fama y las propuestas de comprarle sus marcas no cesaban. De hecho, vendió dos, lo que generaba sumas importantes. Era evidente que su preocupación, por encima del dinero, era contribuir a que la gente trasladara hábitos de consumo hacia productos que catalogaba tanto como beneficiosos, como no causantes de consecuencias colaterales.
Su familia le daba seguimiento constante. Vivía en pequeño apartamento cerca de su mamá. Su segundo hermano procuraba hablar o juntarse con él diariamente.
Aquel jueves no pudo hacerlo. Por eso, temprano del viernes empezó a marcar su teléfono sin respuesta.
No le dio importancia hasta que, por la noche, sin haberlo localizado, fue a buscarlo. Con la llave que solicitó tener, abrió.
Allí estaba, con la cabeza sobre el escritorio en que trabajaba. Rodeado de frascos con mezclas. Un fulminante infarto terminó con su vida de apenas 33 años.