El viejo debate sobre las relaciones entre ciencia y religión, lejos de extinguirse por ausencia de novedades, ha cobrado vigor en los últimos años, sobre todo en el ámbito anglosajón. En Estados Unidos, los ataques a la enseñanza de la evolución por parte de activistas religiosos se están recrudeciendo, y han merecido una portada y un editorial de la gran revista científica Nature (2005).
Como ha ocurrido en este caso, la respuesta desde las instancias científicas a los ataques directos a la ciencia por parte de algunos creyentes religiosos suele ser conciliadora con la religión en general, una respuesta que recibe el visto bueno de la mayor parte de los pensadores y autoridades religiosos. Habitualmente, en efecto, se defiende una posición próxima a esta:
La religión ya no es enemiga de la ciencia. Ciencia y religión no son incompatibles, sino complementarias, y entre ellas se espera una «mutua armonía».
Cuando -por ejemplo- los creacionistas niegan la evolución se trata de una invasión inaceptable del terreno científico, y cuando algunos científicos pretenden que la ciencia diga algo sobre lo sobrenatural o quieren que la ciencia guíe todas las actividades humanas estamos ante una intromisión improcedente en el terreno religioso.
Este espíritu conciliador se ha alentado en los últimos años desde diversos frentes. Tuvo una inusitada repercusión el número de 20 de julio de 1988 de la revista estadounidense Newsweek, cuyo titular de portada rezaba «Science Finds God» («La ciencia encuentra a Dios»).
Otras revistas recogieron el tema de forma similar y dieron cuenta de las crecientes iniciativas de diálogo entre «las dos vías de conocimiento». Un incentivo no desdeñable de este diálogo «constructivo» en el mundo anglosajón lo supuso la creación de la Fundación Templeton, financiada por el multimillonario sir John Templeton.
En 1972 convocó el premio Templeton para el progreso en la religión, dotado en 2005 con 795.000 libras esterlinas (aproximadamente un millón doscientos mil euros que se ha embolsado el premio Nobel de Física de 1964 Charles Townes): más que el propio premio Nobel, de hecho es el mayor premio monetario anual otorgado a un individuo.
Pero son múltiples las iniciativas de esta Fundación; en 2004 apoyó en Barcelona la décima Conferencia Europea sobre Ciencia y Teología.
La pregunta ya se la hecho un prestigioso físico español, Antonio Fernández Rañada, en su libro Los científicos y Dios (Rañada 2000).
En la pág. 40 defiende la tesis de que «la ciencia y la religión son plenamente compatibles», y en la pág. 44 se adscribe a la idea de que «por sí misma, la práctica de la ciencia ni aleja al hombre de Dios, ni lo acerca a Él».
En la pág. 45 sostiene Rañada: Desarrollaré la tesis de este libro siguiendo los testimonios de grandes científicos. Me parece necesario hacerlo así.
La experiencia de personas como Maxwell, Einstein, Planck, Darwin o Monod está hondamente arraigada y expresa un compromiso vital profundo que les hace estar por encima de estereotipos, de modas o de interpretaciones superficiales.»
Rañada recuerda a los más grandes científicos de los siglos anteriores y llega a la conclusión de que casi todos eran «religiosos».
La palabra «religión» es polisémica y gracias a ello Rañada puede incluir entre los religiosos a autores como el pionero evolucionista Wallace o Einstein. Pero la creencia a la que se adhiere queda muy clara cuando concreta esta definición (pág. 59).
«Lo que se suele entender por Dios en nuestra cultura es el Dios personal de las religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo o islamismo.
Es un ser creador y mantenedor del mundo, que administra justicia en una vida futura. Es posible tener una relación personal y directa con Él: se le puede adorar, rezar, amar, agradecer o hablar.»
(Juan Antonio Aguilera Mochón pertenece al Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Granada, España)