Paul Grice (1913-1988), filósofo y lingüista británico, realizó aportes a la lingüística pragmática, en particular a la que centra sus minuciosos estudios en la conversación, supremo acto comunicativo que atraviesa nuestra cotidianeidad, permite a una familia, sociedad, perdurar, renovarse o a veces desintegrarse en la incomprensión o en dramáticas rupturas.
Con la conversación urdimos proyectos, establecemos amistad, hacemos florecer el amor, pero también nos enemistamos, ofendemos, dejamos traslucir altas y bajas pasiones.
Ese gran maestro de la lingüística que fue Grice, no se detuvo en nimiedades moralizadoras para acuñar recetas de buena conversación; se abstuvo de predicar el buen entendimiento, o la manera correcta de interacción verbal.
Grice fue filósofo, pero supo trazar un límite cognitivo entre las disquisiciones filosóficas sobre el lenguaje y las descripciones lingüísticas objetivas, rehusando convertir sus estudios en una moral de la palabra hablada.
¿En qué consistieron los hallazgos científicos de Grice? Sus observaciones se centraron en regularidades constatadas en todas las conversaciones, y en la premisa de que la conversación orienta los interlocutores hacia una meta común.
No conversamos para distraernos del silencio, o intercambiar oraciones sin sentido; en la conversación los hablantes libres intercambian, buscando resolver un problema, atenuar disensiones, siguiendo reglas implícitas, sin las cuales la conversación se asemejaría más bien al consabido diálogo de sordos o a la huera palabrería.
Para Grice el principio rector de la conversación es la cooperación (Cooperative principle ) entre los hablantes, relación indispensable que posibilita la escucha y la réplica, y sobre todo la eficacia máxima en el intercambio de información.
En toda lógica el principio general de cooperación, posee sus reglas específicas e implícitas, que el lingüista definió. En ese orden de ideas, Grice describió cuatro reglas que permiten expresar ideas propias y disentir con civilidad. La primera atañe a la pertinencia (o relación), en virtud de la cual el tema o asunto tratado por los hablantes, debe suscitar interés y atención. Sin esa premisa una conversación se desvía sin límites de su curso, pierde toda lógica interna.
A los individuos arrogantes y sabihondos, por ejemplo, se les oye discurrir largamente, se encierran en un narcisismo obtuso, terminan alejándonos de su “conversación”; creyeron que el asunto nos interesaba y no tuvieron la sagaz intuición de que deseamos eludir el diálogo, pues la cooperación no se realizó. Más que interés el hablante promovió rechazo, o ruptura amable.
Es cierto, que por mutuo acuerdo, la conversación puede bifurcar hacia otra zona de interés entre hablantes, variar la pertinencia. Otra regla descrita es la de cantidad.
Esta concierne la cantidad de información requerida, para que la cooperación conversacional se mantenga y logre su meta. La locuacidad, el hablar largamente, embrolla, aturde.
Las pocas palabras, la extrema economía de recursos lingüísticos, también pueden impedir el advenimiento del sentido. El equilibrio cuantitativo es más propicio a la cooperación en el mensaje que trasmitimos.
La tercera regla es la cualidad, asociada a la intención de enunciar la verdad, al mensaje sincero, despojado de la intención de engañar al interlocutor. Siempre partimos de la premisa de que nuestro interlocutor nos está dando una información verídica; la violación de esta máxima engendra estupor y desconfianza, y hasta enemistad. La cuarta regla emana de la claridad.
Para inducir una conversación que discurra sin muchos tropiezos, ni “ruidos semánticos” los interlocutores intentan construir oraciones concisas, despojadas de intrincadas ambigüedades, de oscuridad.
Antes de lanzarse a dialogar buscan construir el sentido respetando el ordenamiento sintáctico y léxico; la derogación tácita a esta regla engendra confusión e incomprensión.
Estas reglas que los hablantes aceptan tácitamente forman parte de lo mínimo indispensable para que la socialización de nuestro quehacer cotidiano transcurra dentro de un marco de civismo y respeto mutuo.
Evidentemente, Grice no fue iluso, supo constatar que son frecuentes las alteraciones del equilibrio conversacional.
A veces hablamos mucho, le damos vuelta al asunto de la conversación, fatigamos a nuestros interlocutores, y la regla de cantidad es violada, pero compensada con tal vez más claridad en el mensaje que se transmite.
El lingüista Tanner y otros le reprocharon la omisión de los rasgos paraverbales en la conversación, como el ritmo, las pausas y silencios, la intensidad de la voz, los gestos y actitud corporal, que añaden sentidos y a veces enfatizan o contradicen las palabras.

