Ninguna encuesta seria, transparente y sólida puede decidir que los dominicanos aceptan como buena y válida la corrupción o que la aplauden o la estimulan.
Esta se halla estructurada, tumefacta, enquistada en la vida social dominicana como diseño de cuyo ordenamiento caótico se beneficia la clase política y otras estructuras no tan visibles que van de ostentosas a discretas de la vida nacional.
Como aprecia un informe diplomático develado por el volcánico portal Wikleakes del joven, y ahora inútilmente perseguido Julian Assange, aquí ese fenómeno mundial prácticamente forma parte de la vida nacional.
Una encuesta les dijo a los estadounidenses que aquí la corrupción es una especie de chiste muy extendido y que la gente, ominosamente, casi la apoya y tolera sus consecuencias negativas.
Pero esa es una actitud masoquista que no se halla en el espíritu trabajador de la gente decente que es mucha y valiosa y llega a unos cuantos millones apreciables.
Mucha gente ostenta una doble personalidad a la hora de enfrentar el mal- sobre todo aquellos que se ven a sí mismos con vocación de poder- pero no la mayoría de los dominicanos que en vez de trampa quieren transparencia.
La percepción de la élite política estadounidense sobre el mal de la corrupción local ya la había suscrito públicamente la secretaria de exteriores de EEUU Hilary Clinton al declarar que ésta es entre los dominicanos endémica.
Lo que hay aquí, funcionales, nutridos, son mecanismos institucionales débiles, diseñados ex profeso, o a pota como dice el pueblo, para delinquir a gusto y sin sanciones posteriores. De eso puede ella sentirse segura como realidad hiriente y cortante.
La persistente creencia en Estados Unidos de una Latinoamérica corrupta hasta la médula gira ostensible sobre la conciencia anglosajona que nomás esconde mejor sus escándalos o los maquilla de actos de justicia en su contra.
Las disculpas posteriores de la secretaria Clinton al affaire relacionado con las más recientes informaciones secretas de soborno emitidas por el departamento de Estado que ella dirige son una salida política a una crisis diplomática de alto nivel.
Esta se halla relacionada con la desconfianza en la sonriente-y después, privadamente siniestra-diplomática estadounidense que han generado las revelaciones del ardoroso portal.
Ese destape impúdico es útil, necesario, porque devela la doble moral de una potencia que se halla en dificultades crecientes.
Lo que tú no quieras que sepa tu peor enemigo no se lo digas a tu mejor amigo.
Los arrobos púbicos, el desnudo nada candoroso mostrado ya en la calle del medio y que incluyen materiales tan explosivos como la confiabilidad de sus diplomáticos y de su política exterior nunca fueron tan precisos y oportunos.
Sin embargo, y ante el desliz histórico en que incurre la jefa de la diplomacia estadounidense hay que precisar que antes de la primera intervención militar estadounidense la corrupción administrativa no se conocía en el país como sistema de gobierno.
Había transacciones de carácter natural entre caudillos y arreglos normales pero una estandarización, como ahora sigue ocurriendo, porque todavía hay corrupción a gran escala, no era lo habitual.
Esta vino estructurada, bien diseñada y se comenzó a aplicar de modo sistémico con el hombre favorito de los Estados Unidos, el hombre fuerte que gobernó el país por 31 interminables años.
El político que intentó frenarla, Juan Bosch, fue depuesto con intervención estadounidense, decisiva, en 1963.
Cuando los dominicanos, de nuevo, intentaron reponer el decoro en la administración pública y normalizar la vida nacional mediante un pronunciamiento constitucionalista que incluyó a militares no corrompidos ¿qué hizo Estados Unidos?
Envió a sus marines para que ese hecho hermoso, patriótico, legal, constitucional, no se consumara.
Después colocó en el poder a un conservador que toleraba la corrupción, que toleraba el crimen político, que no envió a prisión a nadie por robar a matar y que premió con altos cargos a muchos corruptos, mal que le duela admitirlo a sus incondicionales de hoy y de siempre.
Demostradas las responsabilidades históricas de Estados Unidos en la actual corrupción Pública y privada-aunque, en justicia, hay que decidir que no es toda suya esa responsabilidad y que no es endémica sino, en cierta medida, importada- se impone precisar lo siguiente:
Los dominicanos de a pie se ven forzados, son víctimas, de la sistematización de la corrupción que impera en su vida diaria como tráfico de influencia, como cuestión sexual, incluso (observado en la petición de favores de esa naturaleza), como proceso.
No tienen, los desposeídos y hasta los que no lo son, otra escapatoria que someterse a la autoridad corrupta o perecer.
Y esa práctica, como también se ha demostrado, no es reciente y forma parte de una cultura ancestral, (que no practica todo el mundo, por cierto).
Una cuestión es verse en el rol de víctima de un engranaje inevitable y otra diferente es tolerar y casi aplaudir, como sugiere el informe diplomático develado, un mal que daña, que disminuye, que mantiene el atraso general, que dispone el desvío de re cursos hacia mansiones, queridas de lujo, viajes ostentosos al exterior, cuentas bancarias fabulosas y enorme influencia.
Dos caras corruptas
Una cuestión es verse en el rol de víctima de un engranaje inevitable y otra es tolerar, y casi aplaudir, un mal que daña, que dispone el desvío de re cursos hacia mansiones, queridas, viajes ostentosos, cuentas bancarias y enorme influencia.

