La idea de que la creación de un autor o un colectivo de ellos se relaciona, directa o indirectamente, con una generación es tan simplista como quienes en principio la enunciaron y mostraron como un descubrimiento formidable. En realidad es este un formidable error. No hay generaciones. Hay individuos que produjeron más y mejor en un tiempo dado. Si a esa felicidad se le llama después, con veleidad, generación, da lo mismo que se le llamara con cualquier otro vocablo.
La creación pertenece al mundo de lo espiritual y no necesita de la morfología normativa de la crítica y de los críticos. No tiene que se medible, pesable y valuable más que por sus resultados que si son excelentes, magnífico. Pero ese efecto no lo logra una locución que llamamos con el sonoro apelativo de generación sino que toda valoración será posterior a ella.
No hay nada que implique a ese vocablo en la producción genial o mediocre de nadie en particular o de un grupo de poetas y escritores en general.
Ahora bien, si eso divierte a cierta crítica, si la entretiene y le hace gastar tinta y energías en un juego que ocupa su preciado tiempo, seguro no va a encontrar una oposición sustancial. Porque, además, que lo marquen como perteneciente a una denominación de origen como un vino de marca, no es el problema del creador.
Esa debilidad clasificatoria se le ocurrió a alguien con un espíritu escasamente crítico. Encontró ecos sustantivos y cierta generosidad diletante que se atrevió a ponderar con fervor las genuinas o falsas virtudes. De ahí en adelante no faltaron voces que matizaran el error llamado generación. (No somos anti- ni generación. Sólo negamos que ello sea decisivo y ni siquiera importante para nada valioso. Sólo nos atrevemos a mostrar alarma porque una cuestión que no es de fondo aspire a ello).
Como enseña la historia, las peores equivocaciones encuentran seguidores.
La tierra-esa tierra de nadie que se torna movediza y ajena cuando la toca la flor de la razón y de las verdades de vida- seguirá como centro de ese universo estático que creó tantas hogueras de la arrogancia y el dogma.
Ninguna importancia real puede cobrar un dilatado concepto de la crítica sin pensamiento.
El ideal de generación es risible pero, comprensiblemente, hay que tolerarlo ya que toleramos a las religiones que venden carísimo la fe de tanta gente!
¿A qué generación perteneció Omar Khayan? ¿Quién se igualó generacionalmente al autor de El Quijote? ¿Qué tienen que ver la Biblia o las Mil una Noches o el Corán con la palabra generación.
Absolutamente nada
No pertenecieron a generación alguna, el artista de Altamira ni el arquitecto de las pirámides.
Ser de una generación da lo mismo que ser rosacruz o de las cruzadas
¿A qué generación hay que pertenecer para ser llamado entre los escogidos?
Simplemente hay creación o no la hay. Hay calidad y hay excelencia o no la hay. Sabemos que el ser humano es dado, por costumbre y por hábito a esas veleidades demostrativas y expositivas y que sigue, a veces de manera, sectaria y sin detenimiento, lo que está de moda, lo cual se ha demostrado hasta peligroso porque huele a rutina.
El ideal, fallido, de generación es posterior a las obras que sus gestores pretenden encerrar en una doctrina, dogmática o no, no importa.
Importan lo oficiantes del aquelarre no su vestuario.
Importa el alimento del espíritu no si los discípulos se lavaron las manos para tomarlo.
La crítica pedestre podrá continuar con su dispendio morfológico pero no podrá demostrar que el sentido de generación sirve para algo salvo para la confusión y la pérdida de tiempo.
Hay muchas maneras de mostrarse ocurrentes y de perder miserablemente la oportunidad de dejar un legado que pudiera tener valor verdadero.
Pero no se halla éste en la generación como tampoco el mal y el dolor no se hayan en la palabra enfermedad.
por: Rafael P. Rodríguez