Disparar es un verbo que sirve de la misma manera para quien tiene un arma y para quien tiene una cámara fotográfica.
Es la palabra precisa para determinar la activación del mecanismo.
Ocurrió así el 5 de junio de 1968 a las 12:03 de la medianoche, en el pasillo que conducía del salón principal a la cocina del hotel Ambassador de Los Ángeles, en el oeste de Estados Unidos.
Sirhan Sirhan, un hombre de origen palestino, tenía un arma en sus manos, un revólver Wasleyjones calibre 22, que disparó en seis ocasiones.
«No quería hacer una foto rutinaria, del público o de él dando un discurso. Quería una foto de Bobby Kennedy victorioso, distinta, de cerca», relató el fotógrafo.
Cuando llegó al salón del Ambassador, Yaro se encontró con una fiesta. Kennedy había vencido a McCarthy. Todos sus colegas esperaban impacientes unas palabras en aquel enorme y glamoroso recinto, mientras los partidarios del exfiscal celebraban alborozados.
«Alguien de su staff me dijo que Kennedy tenía que ir a otra parte del hotel y que el mejor lugar para tomarle una foto sería en la cocina, donde tendría que pasar de salida, así que evité la aglomeración del discurso y me fui para allá», dijo.
A las 12:05 de la medianoche del ya 5 de junio, agotado pero investido con el triunfo que le habían dado las urnas, Robert Kennedy se instaló en la tarima del salón para dirigirse a sus simpatizantes.
«Muchas gracias a todos, ahora vamos por Chicago (donde se iba a realizar la convención demócrata de ese año). Vamos a ganar allá. ¡Gracias!», dijo.
Sirhan Sirhan, de origen palestino, fue acusado de perpetrar el crimen.
Al revisar los registros visuales que existen de Bobby Kennedy es imposible no notar un gesto característico: peinarse con sus manos, los dedos entre el pelo justo arriba de la oreja.
Un instante después de pronunciar sus últimas palabras en vivo, Robert Kennedy finalizó su aparición histórica con aquel gesto habitual: tomó el cabello que caía sobre su frente, se pasó la mano al descuido y se internó en la muchedumbre y después por un pasillo apretado donde iba encontrarse, sin saberlo, con Boris Yaro y con Sirhan Sirhan.
«Había mucha gente en un espacio reducido, pero lo que más me preocupaba era que no había mucha luz para una buena foto», recordó Yaro.
«De un momento a otro, Robert Kennedy comenzó a caminar hacia nosotros. A mi lado estaba Bill Eppridge (de la revista Life). Le grité: ‘Bobby, Bobby’, pero él solo me entregaba una sonrisa con un gesto corto, nada muy llamativo».
De repente la tragedia se precipitó en aquel estrecho lugar: según el reporte de la investigación hecha por el Buró Federal de Investigaciones estadounidense, el FBI, cuando Bobby Kennedy le daba la mano a un miembro del personal del hotel, se escucharon seis disparos.
Lo primero que percibió Yaro fue la fragancia de la pólvora y por algunos segundos confundió el estrépito de los estallidos con un efecto festivo. Pero después la estampida de pánico de las personas que estaban a su alrededor lo devolvieron a 1963 y de inmediato pensó: «Oh no, no otra vez».
No podía ser que fuera otro Kennedy, otro asesinato. Recordaba el de John F. tal como lo había visto por TV cinco años antes.
«Recuerdo que vi a Sirhan Sirhan, que ya había sido detenido por varios hombres. Yo agarré el arma, pero estaba muy caliente, así que la solté y fue allí donde vi a Kennedy tirado en el piso, en medio del pasillo. Tenía que tomar la foto».
Lanzó el primer disparo. Click. Una mujer que estaba a su lado le tomó el brazo y le ordenó que no lo hiciera, que no siguiera tomando fotos. «¡Por Dios señora, esto es historia!», respondió y disparó varias veces más.
-¿Están todos bien, verdad?- preguntó Kennedy mientras una mancha de sangre crecía bajo su cabeza.