Reportajes

La llegada del 2011 a la medianoche de hoy

La llegada del 2011 a la medianoche de hoy

La llegada del Año Nuevo es una de las principales celebraciones en el mundo. Las grandes y pequeñas  realizan eventos especiales en la “Noche Vieja” como se le denomina a la vispera.

Y aunque no todas las religiones celebran el 1 de enero como el hito que marca la llegada de un nuevo año, la fecha es importante para el mundo  cristiano, pues se toma como año número 1 el nacimiento de Jesucristo.

Nunca tan pocas palabras, en su trascender todos los espacios y todas las formas, bordearon tanto anhelo de porvenir.

Renovarse a tiempo y en el tiempo es una epifanía del espíritu, una reedición de sí mismo, un recomenzar cada primero de enero.

Año Nuevo, Vida Nueva, es presencia inmediata de lo imprescindible para vivir y para revivir. La inmensa  significación de este vocablo no puede ser entendida si no se la dicta a la razón y desde la razón y a la vez, a la poderosa carga de voluntad que este puede despertar.

La dulce interpretación que cada vez más lejanamente se escucha desde la voz de una juvenil Luchy Vicioso al término de los años sesenta, es un himno esperanzador, un sorbo de luz, una antología de la esperanza.

Por más idealista que se decida ser, Año Nuevo y esa Vida Nueva es el  término de lo inabarcable en las solidaridades, en la intención, en la creencia humana en un futuro probable.

Es asimismo un reclamo floral, una angustiada reclamación colectiva de aquellos días penumbrales.

Es  asimismo, una frase para la eternidad.

Si no hay Año Nuevo, algo imposible, tampoco habrá Nueva Vida.

Si no hay renovación, lo vital se hace monótono e insípido. Por todo ello, ésta tiene que ser nueva.

¿Cómo podría ser nueva la vida? Enterrando lo que enmohece todo aquello que la perturba, incluido las falsas percepciones, los prejuicios, lo autoritario, lo banal, lo superficial y lo que empobrece toda la existencia.

 Lo nuevo no siempre se presenta como nuevo ni con redoblantes ni conmoción pública.

De ahí que no siempre se entienda que esta novedad tiene la obligación de comenzar por un detenido exámen de conciencia, por una intención sincera, por un recuento de errores corregibles.

Un breve listado de estos errores debidamente apuntados no siempre es prescindible y por el contrario puede resultar altamente efectivo.

Lo nuevo no es cualquier cosa y no siempre llega y nunca deja de estar en camino.

Es una operación sutil, un encanto, se lo hace encantador, una recreación del teatro humano tan recurrente, una centella detenida en el cielo efímero y eterno de las ilusiones.

No creer que pueden rehacerse las “desalentadas amapolas” del devenir, esas que permiten que discurran las aguas relampagueantes del sufrimiento más atenuado, es estar muriendo lentamente sin saberlo.

Ciertamente, todo lo que vive ya está decayendo aún antes de amanecer desde el vientre materno.

Pero lo obvio no necesita ser regurgitado a cada momento, y quienes intenten amargarlo todo deberían reencontrase a sí mismos en la frase Año Nuevo, Vida Nueva.

Porque nunca nada estará tan perdido que no pueda renacer de entre las cenizas del tedio y la desilusión.

Las angustias filosóficas pueden detenerse justo a las puertas del abismo, siempre que el espíritu se emplee a fondo en decidir el cambio que es deber y que es salvación, como reza la oración.

El libre albedrío es un hecho real que hay que tener el valor de emplear en cada oportunidad en que se presenten  el hielo de la parálisis y la candela de la postración.

El Nacional

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