“Malanoche” me parece un nombre poético, hermoso, hasta quizás estupendo para titular una obra literaria de cualquier género, a pesar de que éste evoque una situación particularmente oscura. Pero cuando me topé con él en una crónica policial, sentí la presencia de lo espeluznante, me aboqué a un inmediato estremecimiento. Los detalles del hecho me condujeron a tal conmoción.
Malanoche era el mote que le había puesto la abuela a su nieta de cinco años Loraimy, la cual fue amordazada, violada y asesinada por tres niños, cuyas edades oscilan entre los 10 y 16 años. El hecho ocurrió en esta capital, en el sector Villa Faro, pero lo cierto es que el mapa entero de la República Dominicana se tiñe constantemente de rojo. Accidentes de tránsito, femenicidios, la ratería común y la ya también que se ha ido al campo de lo sofisticado, ponen su cuota de cadáveres de manera persistente en las morgues y en las primeras planas.
Un hecho trágico sucede a otro y nos obliga pasar la página rápidamente y volcarnos en comentarios en torno al que está acabado de sacar del horno. “Matan tres, asaltan mujer, asesinan mujer embarazada, mueren 19 en accidente”. El espacio para el asombro está ya angosto y lánguido.
Los periodistas saben mucho a lo que me refiero, ya que el diarismo se ha convertido en una máquina inmisericorde que tritura hechos, que los pone en primer plano, pero con la misma sagacidad y maldad los tira en el olvido.
Pero volviendo, al hecho de Malanoche, quien ha tenido la dicha de ser padre se puede imaginar porqué la abuela optó por ponerle Malanoche a Loraimy. Posiblemente en uno de esos arrebatos de la imaginación y acicateada por el cansancio, y por constantes desvelos que la menor le provocara, por causas que van desde enfermedades o porque la niña se quedaba sin dormir hasta tarde, ella terminó por endilgarle el mote poético.
Ah malanoche, pobre niña, que terminó envuelta en una funda, representa el colofón sombrío de una sociedad donde quienes cometen el crimen, casi por intuición, saben que tienen pocas posibilidades de ser condenados, y donde una justicia corrompida a todos los niveles, ya no tiene moral para juzgar, cuando ella misma es quien debiera ser sentada de manera deshonrosa en el más funesto y oscuro de los banquillos.
Que de un tiempo para acá la crónica policial nos muestre cuán violento se ha convertido el país y sus habitantes, es un motivo para que sepamos y tengamos siempre presente que una mala noche nos puede tocar a cualquiera.
Es el número de la lotería azarosa que nadie quiere sacarse. Es cuando suena el teléfono y en el sonido reconocemos una mala noticia o el advenimiento de una desgracia, y entonces los latidos del corazón se abrazan a la prisa, y el alma a la esperanza de que no sea lo que tememos.
No hay padre o madre en este país que no se acueste tranquilo si tiene uno de sus hijos adolescentes o ya hombres en las calles. No hay esposa o esposo que espere a su pareja que no suspire ya cuando lo vea llegar sano y salvo al hogar.
El país se ha convertido en una fábrica de malas noches para todos. De ahí que ya estemos psicológicamente preparados para en las mañanas escuchar en las noticias cuáles han sido los acontecimientos oscuros del país que atrás dejamos o para informarnos de que a un conocido le ha tocado sacarse el palé de la desgracia.
Una mala noche es superior a un mal día, pues tiene una connotación que la hace especial y que le da un tinte que se acerca a lo misterioso, y esto como resultado de que esta hora del día (la noche) está cubierta por un velo que aproxima a lo desconocido, a lo insondable.
Todos hemos tenido una mala noche. Por eso vivimos con el corazón en la boca, rogando que no nos toque esa llamada que nos conducirá de pronto a dolor innombrable y a tener que ir de inmediato a una funeraria o a la morgue a reconocer o identificar a un ser querido.
En términos literarios el dolor de una mala noche es retratado singular y magistralmente por Víctor Hugo y por Jorge Luis Borges. Ellos hablan de la esperanza que tienen los que sufren un gran dolor de que estarán en la mañana próxima en el día siguiente, que sea cual sea el dolor la mañana llegará de todos modos.
Loraimy tenía cinco años, edad en la que la inocencia bordea el alma, y en la que aún no cuaja la maldad ni la oscuridad humana. Pero, su muerte, trágica, injusta, dolorosa, inaceptable, nos ha desconcertado a todos y ha venido a recordar que el país entero vive una mala noche, y que algo se debe hacer. Mientras tanto, sólo pienso, en que siempre existe el día siguiente.