MARIO EMILIO PÉREZ
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Uno de mis personajes favoritos de las tiras cómicas de los periódicos era el doctor Merengue.
El tipo se caracterizaba por decir algo que no guardaba relación con lo que realmente pensaba o sentía, para mantener una conveniente imagen de hombre educado y bonachón.
Muchos de los lectores del diario El Caribe, donde aparecía en las décadas del cincuenta y el sesenta, le aplicaban al caballero de la figura erguida los calificativos de hipócrita, farsante o tartufo.
Pero era sólo el prototipo del individuo respetuoso de las reglas de urbanidad vigentes en toda sociedad civilizada.
Una mujer le dice a su esposo que está enfrascada en una difícil tarea que debe entregar al día siguiente a su patrón, razón por la que carece de tiempo para atender llamadas telefónicas.
Media hora más tarde suena el timbre del útil artefacto, lo toma el cónyuge de la atareada empleada, y comprueba que se trata de una íntima amiga de esta.
Considerando que por esa circunstancia constituye una excepción a la orden recibida, le vocea a la mujer que la llama fulana de tal.
Con expresión homicida impresa en el semblante, la encolerizada esposa, antes de tomar el teléfono hace un amago de bofetada al hombre, pero al establecer la comunicación sus palabras y su entonación contrastan con la gestualidad.
-Querida, que alegría me causa esta llamada. Le había dicho a mi marido que a menos que fuera contigo, no quería hablar con nadie, porque estoy fajada con un trabajo atrasado de la oficina.
Es probable que cuando finaliza la conversación se vuelva hacia el bien intencionado violador de la orden, con una frase parecida a esta:
-Cuando te digo que no puedo hablar por teléfono con nadie, significa que es absolutamente con nadie.
Usted, amable lector o lectora, se dispone a visitar a un amigo en la clínica donde está internado con un problema de salud de pronóstico reservado.
Al entrar en la habitación que ocupa el enfermo, acompañado quizás por algún cariacontecido pariente, le nota un deterioro físico parecido al de aquellos que están a punto de emprender el último viaje.
Pero su deber de urbanidad, que cumple fielmente, lo lleva a saludar al enfermo con una afectuosa palmada en el hombro, antes de hablarle.
– ¡Caramba, que bueno que vine a verte, porque me dijeron que lo tuyo era algo serio, pero tienes buen aspecto. Estoy seguro que pronto celebraremos tu recuperación, aunque sea con una botellita de vino en tu casa!
El joven hijo de un amigo tuyo se va a casar, y el padre te pide opinión acerca de su futura nuera, conocedor de que mantienes algún tipo de relación con su familia.
Esto te coloca en un aprieto, porque sabes que la muchacha se caracteriza por cambiar de pareja sentimental como de vestimenta, pero si eres persona con experiencia mundanal, tienes formas de salir del paso.
Por ejemplo puedes decirle: la gente afirma que a las mujeres se las conoce por sus orígenes, y tanto el padre como la madre son personas honorables; esta no es una regla de valor absoluto, porque existen las excepciones, pero en la vida uno juega a las posibilidades.
Vas a conocer el hijo recién nacido de un pariente o relacionado, y desde que le echas la primera mirada, notas que el bebé carece de atractivo físico, o hablando en lenguaje popular, es feíto.
Pero eso no debe causarte preocupación, porque eres persona que tienes eso que se conoce como buena educación, por lo que al hablar no hieres la vanidad, sobre todo de la madre, que siempre considera hermosos a sus vástagos..
-Ese muchachito es dichoso, porque nació de padres responsables, por lo que puede afirmarse que no carecerá de lo necesario, y en cuanto a cariño, tendrá de sobra; y como la salud es más importante que el dinero, y tiene la dicha de que sus padres son saludables, puede afirmarse que esa criatura fue bendecida por la gracia de Dios.
Todos tenemos nuestro doctor Merengue interior, y su tamaño será mayor, cuanto más educados seamos.
Dije educados, no mencioné para nada las palabras hipócritas, farsantes ni tartufos.