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La Policía que tenemos

La Policía que tenemos

Luis Pérez Casanova

La Policía no necesita mucho para estar sobre el tapete, siempre de la peor manera. Basta con el más ligero incidente para que ese cuerpo, que en el pasado actuaba como una isla de poder, ocupe los primeros planos.

Y es que la llamada institución del orden ha sido parte o ha estado permeada de todos los males que han afectado a la nación, pero sobre todo de la corrupción en las más altas esferas, la represión y la extorsión o participación de los agentes en acciones delictivas.

Un poco de influencia o pagar el precio eran suficiente para ingresar al cuerpo, conseguir traslados, desempeñar posiciones o para ascensos.

Grosso modo esa es la estructura de la Policía, que por lo visto no puede estar más maleada, heredada por la actual administración.

El presidente Luis Abinader ha impulsado múltiples medidas para reorientar la función de la institución, incluyendo mejoría salarial y una reforma que dignifique a los miembros, pero los resultados todavía están por verse.

Ni siquiera los muchos equipos que se le han otorgado se han sentido en la batalla contra la criminalidad y la delincuencia.

Al ministro de Interior y Policía, Jesús Vásquez Martínez, se le ha caído encima porque dijo una gran verdad a raíz de la ola de atracos denunciada en Villa Mella después de la balacera en que murieron en un colmadón tres personas, incluyendo un agente, y otras cinco resultaron heridas.

Vásquez Martínez aclaró que su cartera diseña la política de seguridad ciudadana, pero que ejecutarla compete a la entidad del orden público. ¿Acaso no es esa la realidad? Pero es obvio que no se quiere ver el déficit institucional que ha corroído el sector público.

Con generales que se resisten y boicotean la reforma, miles de agentes que sin prestar servicios permanecen en la Policía apadrinados por funcionarios, dirigentes políticos o empresarios y en una sociedad donde los valores brillan por su ausencia y el sistema educativo no forma ciudadanos costará mucho sacrificio que la Policía pueda cumplir con su misión de salvaguardar el orden público, la seguridad ciudadana y respetar los derechos de las personas. Más que como aliados los agentes son vistos en las calles como potenciales asaltantes o atracadores.

Cierto es que en la Policía se han registrado auspiciosos cambios, pero esos cambios están todavía muy lejos de lo que se aspira o necesita para que el cuerpo, todavía muy descompuesto, cumpla con su misión. Sabido es que no se puede sacar de golpe, ni siquiera a través de un proceso de depuración, a todos los agentes que no rinden una labor, porque es probable, entre otras razones, que las calles se tornen más inseguras. Mientras tanto el cuerpo puede hacer más por la seguridad y por una mejor imagen.