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La prudencia

La prudencia

Pablo del Rosario

Baltasar Gracián, en su obra El arte de la prudencia, consigna trescientas estrategias para actuar con apego a la ética y el decoro. He aquí un segmento de una de ellas: “Es bueno que seas hombre desapasionado. Controlar tu estado de ánimo es tu prenda mayor como persona”.

Vivimos una época en la que el odio y la retaliación inducen a desbordar las pasiones, y, olvidamos la frase lapidaria del patricio Juan Pablo Duarte: “sed justos lo primero, si queréis ser felices.

Ese es el primer deber del hombre”. Actuar con justicia es una virtud divina que engrandece a quien la ejerce. El odio y las pasiones excedidas suelen obnubilarle la mente al ser humano.

La prudencia enseña a ser ponderados y reflexivos. Eso nos libra de cometer errores propios del ímpetu y la precipitación; que luego son difíciles de enmendar.

La máxima jurídica que reza: “es preferible absolver un culpable que condenar a un inocente”, mantiene su especial vigencia, dado el ambiente de cuestionamiento que impera en estos tiempos. Mantener la equidad en la honrosa labor de impartir justicia es la garantía del debido proceso.
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Errar es de humanos, todos somos pasibles de equivocarnos, la grandeza está en reconocerlo con humildad, a fin de que prevalezca la justicia.

Adoptar la práctica de las estrategias contenidas en la obra de Gracián antes citada, seria de mucho provecho para los funcionarios y/o empleados que de una u otra manera tienen la misión de decidir sobre asuntos tan sensibles como el ordenamiento nacional y el destino de los ciudadanos.

De ser así, la interacción ciudadanía-Estado mejoraría notablemente, y, la confianza ciudadana en las autoridades alcanzaría niveles extraordinarios. En otras palabras, seriamos un mejor país.

Ojalá que esta inquietud encuentre eco en el ámbito de instancias gubernamentales con voluntad y autoridad suficiente para ejecutarla. Esperemos.