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Las mujeres del karate

Las mujeres  del karate

Eloy Alberto Tejera-

 

Un filósofo tan sabio y preclaro como el alemán Arthur Shopenhouer reflexionó sobre el hecho de por qué un hombre asesina a su mujer. Planteó una tesis de que el hombre ve amenazada la perpetuidad cuando la mujer lo abandona. Lo situó en esos abismos existenciales.

Después de él ríos de tinta se han derramado para explicarlo, pero hay que decir que la acción violenta ensombrece la tesis, deja pálida a la teoría.

En todas las culturas y en todos los países, es un hecho que destaca, y del cual ninguna sociedad escapa.

En el caso de la República Dominicana los números estremecen.

Un país de recursos fálicos, instalados desde la época de Rafael Leonidas Trujillo, no deja escapar maneras soterradas o a las claras para subyugar a la mujer y hacerla sentir un objeto de uso.

Desde la oficina hasta la habitación donde intima con la mujer, el hombre, sabedor de una debilidad secreta que le recorre los tuétanos, busca siempre la forma de controlar a ese ser que con gran y profunda fe considera inferior.

Las estadísticas hablan: en el 2013 el Observatorio de Igualdad de Género de la Cepal, la República Dominicana es el tercer país con la tasa más alta de feminicidios en la región por cada 100 mil habitantes.

A junio del 2014, 45 mujeres han muerto a mano de sus parejas, lo que significa un incremento en relación al año anterior, cuando para la fecha se habían registrado tan solo 27. Una realidad que arropa. Una realidad que lastima.

No pasa prácticamente un día sin que a través de los medios de comunicación nos enteremos de que un hombre asesina a su pareja o a su ex pareja.

Frustra en sentido general que los mecanismos y las medidas que han tomado las autoridades prácticamente hayan sido en vano si nos atenemos a los resultados. Para esta fecha del año pasado, sólo se habían asesinado la mitad de las mujeres.

La creación de fiscalías barriales, marchas en contra de la violencia intrafamiliar, figuras emblemáticas procesadas transitoriamente y llevadas a la cárcel con aparatosidad farandulesca, medidas más duras cautelas para hombres violentos, no han logrado bajar los números aterradores de violencia.

La secuela que deja. Cuando un hombre asesina a una su pareja o ex pareja, deja una secuela terrible, a la que no escapa nadie en la familia, ni del agresor ni de la agredida mortalmente. Hijos, madres, hermanos, tienen que someterse a ese proceso traumático de que el hecho los marcará para siempre.

Crea esto un círculo de violencia, una masa cíclica de oscuridad que atenta contra la salud espiritual de los que quedan en vida. Y es allí donde también la mano del Estado debe amparar a las víctimas indirectas de la violencia machista, con un cambio de nombre.

Uno de los puntos en los que se debe pensar seriamente es cambiar el nombre de feminicidios a crimen machista.

Los medios de comunicación deben plantearse el asunto, ya en España, donde hay una epidemia de este tipo de crímenes, ya se hizo.

Lo que mueve al hombre al quitarle la vida a una mujer no debe ser tipificado como un crimen pasional. Eso lo eleva a cierta categoría, le proporciona un aire propio del romanticismo.

El hombre mata a la mujer cuando se desencadenan en él los sentimientos más oscuros que albergan al ser humano: su afán de posesión, el egoísmo.

Hay un caso que llama la atención, poderosamente. El de Sandra Kurdas, quien pese a no tener un origen humilde, ha llevado una cruzada sin éxitos, pero con una valentía suprema. Ha denunciado a través de su cuenta en Twitter los maltratos de los cuales fue objeto por parte del empresario y dueño del canal 33 Frank Jorge Elías.

Cuenta ella su calvario. El encierro a que la sometía Frank Jorge Elías, los golpes que éste le daba. Las fotos que muestran un rostro amoratado y vejado, y que ya forman parte del universo de las redes, dan escalofríos.

Pero lo que sucedió posteriormente indigna más. Jorge Elías fue liberado, viajó como todo bon vivant y sigue dirigiendo medios como si aquí no ha pasado nada.

Indigna y sobrecoge lo que afirma esta mujer, que ya sintiéndose desamparada por la justicia dominicana, afirma que ha recurrido a aprender karate para defenderse de aquel monstruo que se apellida Elías. Pero, qué podemos hacer ante este tipo de hecho.

Lo que Sandra Kurdas ha hecho es un gran paso, romper el silencio, no quedarse callada ante quienes se sienten amparados por el dinero y el poder y más que todo ante la cobardía.

A este caso se deben agregar los del entonces diputado y dirigente perredeísta Julio Romero, silenciado por la prensa escrita, pero evidenciado en los medios digitales.

También, en menor rango, el del merenguero típico Omega, a quien sí le han caído los palitos prejuiciados de la justicia dominicana.

A ritmo que va la justicia dominicana y sus odiosos e intolerables privilegios, más mujeres tendrán que tomar el camino de Bruce Lee y de Sandra Kurdas, el de volverse karatecas para no caerse muertas. Sandra Kurdos ya dio el primer grito, que otras imiten el ejemplo.

 

El Nacional

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