Que un político en el poder se acueste demócrata y amanezca republicano en Estados Unidos no debería ser tema para rasgarse las vestiduras ni exteriorizar alaridos de alarma como de gente sorprendida.
Hay muchachas que se acuestan vírgenes y amanecen consagradas.
Hay noches de borrascas y mañanas de waoo!
Hay jóvenes brillantes graduados de Harvard que de pronto, ya sentados en la silla de los poderes, aprenden rápidamente de dónde son los cantantes y cómo se debe cantar.
Total, cuando se trata de arremeter contra alguien, preferiblemente del tercer mundo (las otras potencias juegan pesado y tienen las bombitas del juicio final y demasiada gente dispuesta para la pelea) siempre hay una ejemplar unanimidad:
Ahí no hay partidismo y se aplazan los intereses, las pasiones y las dilaciones porque se debe actuar rápidamente para soltar el Armagedón contra los provocadores y los que no quieren obedecer las instrucciones de arriba.
Quienes olvida, sin embargo, el criterio de que sólo se vive dejando vivir va a experimentar en carne propia la tragedia de esas guerras que nunca conducirán a nada que permita evolucionar al mundo.
No está demás recordar con una sentencia clásica que al lanzar la flecha de la verdad (lo que no hicieron ni les pasó por la cabeza a los Bush u otros pequeños emperadores anteriores) lo más atinado es untarle la punta de miel.
Sin embargo, para bien o para mal el mapamundi político mundial experimenta unos cambios, dramáticos, vertiginosos, extraordinarios.
Quien se decide por el ejercicio de ese oficio cuyas coordenadas cree haber trazado Platón unos cuantos milenios atrás, es ante todo actor.
La única diferencia entre ambas profesiones, la de político como expresión evidente de una dialéctica económica enmascarada y no evidente, es que el primero es un ilusionista de los encantos y del ensueño.
El otro, el que actúa entre los que pagan más y por tanto exigen más, se mueve en la realidad con guiones que le impone el momento (llamémosle así a la real politik) y no un director de escenas preconcebidas.
Con lo único que no se puede equivocar el actor más mediático, el que despecha desde suntuosos salones rodeados de actores de reparto (de intereses) y de un elevado simbolismo, (ovales, por más señas) es con recordar quienes son los dueños de las tablas y del redondel.
Tampoco debe olvidar que las fieras a veces se equivocan y atacan al domador como le ocurriera a un joven prometedor llamado Jhon Fizgerald Kennedy.
La sentencia que declara: cuando el león está muerto todos le arrancan el bigote no es ociosa ahí. Se justifica.
Vivo, el gatito, claro, es de muy alto riesgo una aventura de esas cuya temeridad se acerca a la locura.
Esas fieras, convertidas en formaciones monstruosas y bestias vengativas se pueden soltar y, ¡oh, grave contrariedad! morder a los espectadores.
Estos no pueden ser la gente de altas finanzas, respetables, entre malabaristas de gran peso y de mucho poder,
Esos no van a la guerra ellos ni sus hijos, pero envían y quieren una vuelta a la casa gloriosa y beneficiosa.
Es universal la afición de los políticos en el persistente ejercicio de la ventriloquia, del malabarismo y de las puestas en escenas circenses y teatrales.
Pero las crisis se presentan aunque nadie las haya llamado e imponen leyes de actuación que colocan en posición de prueba a los artistas del escenario mayor, ornamentado de factores mediáticos y gran despliegue internacional.
Una amnesia temprana no es conveniente para ningún político que quiera pasar al futuro como imaginativo, exitoso y experimentado y no hay muchos en el mundo con tantos dones y atributos al unísono.
No ha de aplazarse en la memoria- sobre todo antes de arrodillarse ante nadie-el oportuno proverbio que declara: el mundo está con aquél que está de pie.
Caso RD
En nuestro país hemos visto como políticos liberales y demócratas cuando llegan al poder se colocan sobre los brazos de la oligarquía, olvidando los intereses de los más necesitados. Mientras otros considerados de derecha han hecho un ejercicio de gobierno liberal.

